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Mostrando entradas de abril, 2021

La avenida de los bobos

Por Mario Ernesto Almeida Bacallao  _____ Son las cuatro de la tarde y hace un sol de mediodía. El malecón, ahora mismo, es la gran acera de los bobos. Camino. Yo y la «del Puerto», la «del Puerto» y yo. Cosa nuestra. Cosa… El bobo de la avenida de los bobos bobo queda frente a los pelícanos –cuántos pelícanos por estos días, piensa– que a esta hora ni cazan ni la sombra buscan –medio bobos los pelícanos–, sino que reposan justo en medio del canal, con el pico recogido como tipo acomplejado en el intento de esconder la nuez de Adam prominente, con ese aspecto grisáceo y seco y mojada vida, con mirada de bicho receloso y viejo, de otra era geológica, otro lar.  ¿A quién se le habrá ocurrido inventarse un pelícano y dos y tres y cuatro y cientos y miles y más miles? ¿Pelícanos para qué?  A unos metros, también en medio del canal, cual claro-oscuros pequeños bultos de basura flotante –desde el prisma de mi plástico empañado–, las gaviotas. Qué asco esa belleza impoluta de las gaviotas,

Elogio del aburrimiento

Por Santiago Alba Rico _______ El capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento. Cuenta Sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa, monja y feminista mexicana del siglo XVII, que en una ocasión la abadesa del convento de los Jerónimos, a cuya regla estaba sometida, le prohibió leer y escribir y la mandó castigada a la cocina. Allí entre los fogones Juana Inés estudiaba y escribía con la mente; es decir, pensaba. Del huevo y de la manteca, del membrillo y del azúcar, mientras cortaba y amasaba y freía, sacaba una consideración, una reflexión, un hilo interminable de conjeturas, y esto hasta el punto de llegar a afirmar con desafiante ironía en su conocida carta a sor Filotea: «Si Aristóteles hubiera cocinado, habría pensado más y mejor». Si a Juana Inés, en lugar de a la cocina, la hubiesen mandado a Disneylandia, donde se hubiese aburrido menos, quizás habría dejado de leer, estudiar y pensar sin ninguna prohibición. Puede interesarle también: &

La carta de Daniela

Por Daniela Pujol Coll y Mario Ernesto Almeida ___________ Lo más sublime de la jornada fue la carta. Fredy nos había pedido redactar algo “conmovedor” para los que habían trabajado en el centro durante estos días: “Ustedes que son universitarios y escriben bonito, háganme ese favor”. Estuvimos dándole de largo, hasta que Daniela se lanzó. A pesar de que luchamos contra Fredy para despojar de formalismos arcaicos el documento, no pudimos prescindir de los pies de firma de los funcionarios. Eso sí, nos impusimos para no aceptar, bajo ningún concepto, la inclusión de “aguerridos compañeros” o “estimados compatriotas”. “Así no funciona, Fredy”, argumentó Josué. Con fecha 24 de abril de 2020, desde Habana del Este y en plena pandemia, la escueta misiva decía así: “No es lo mismo esperar el demonio que verlo llegar”, es lo que siempre dice el doctor Luis Daniel. La espera ofrece el consuelo del tiempo, la distancia y la posibilidad de prepararse, o de creer que uno puede prepararse. Cuand

Vacío

Por: Laura Seguera Lio ____________ Tanto le insistí que mi amigo me regaló su taza. Una taza blanca, simple, perfecta… profunda y ancha, como para embriagarse de café con leche, como para ahogar las penas en té, como para bañar madrugadas perezosas en energía o arropar noches friolentas con el calor de algún elixir prehispánico.  Mi amigo que ahora está en territorio de conquistadores, a seis horas de distancia, bebiendo quién sabe qué en quién sabe dónde, mientras yo me inyecto cafeína 100 por ciento nacional, sin leche, sin crema, con azúcar criolla, mediante una taza sueca que, en cuatro letras impresas, declara su pertenencia a la marca de artículos para el hogar más famosa del mundo. Medio mundo nos separa a mi amigo —que no se despidió de nadie antes de irse— y a mí. Aun así, esta cerámica redonda y pulcra fue un regalo de despedida; esta taza que a la vez había sido ya un obsequio y que pareciera condenada a vagar de dueño en dueño, que me fue dada al fin de un ciclo y que en

Soneto para un gato público

Por Mario Ernesto Almeida Bacallao __________ Tengo un gato, qué alarde, un gato tengo que se filtra como agua entre tejados... gato diurno, nocturno y descarado que usurpa mi comida y no retengo. Enamorándome del gato vengo, gato que en mi puerta al mediodía maulla, que da poco cariño y mucha bulla; así es el gato que en verdad no tengo. Y es que ¿quién soy para decir que un gato que a mis caricias solo cede a ratos es propiedad de mi persona insulsa? Sé que en el barrio nadie "tiene" al gato, aunque suele volverse un garabato, entre los pies de todo el que lo endulza.

Aquí estamos...

La chica de alquiler, el pelo en la mejilla, las nubes en los ojos, alguna que otra silla ; sillas que te invitan a mirar p’al la’o, la navaja de un tipo parte otro costa’o. Acostados en su trono están algunos tipos que te dicen: “Aguanta, lo peor no lo has visto”. Los ojos de tus hijos frente a las vidrieras, el café de un amigo, el canto de mi abuela. Oooooh, oooh, oooh jey ye la-la, oooooh, oooh, na na na ye la-la. Oooooh, oooh, oooh jey ye la-la, oooooh, oooh, na na na ye la-la. Aviones regresando con la pacotilla, nostalgias que regresan de la noche al día, los yumas tiran fotos donde más te humillan con lentes que no captan nuestra poesía. La prensa y la TV con la misma noticia: amanece Bagdad con una nueva herida. El mundo dando vueltas gira con la vida, de nuevo el mismo cuento de la bala perdida. Todo el mundo se pregunta quiénes somos y adónde vamos. A la luz a de los faroles, poetas y enamorados. Todo el mundo se pregunta quiénes somos y adónde vamos. Con los pies sobre l