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Mostrando las entradas etiquetadas como Crónica

Mi aventura en un sitio llamado Corral Nuevo (I)

Por Mario Héctor Almeida Alfonso ________ Hace algunos años, comencé a ser cooperativista. Después de haber pasado mis almanaques tras los libros y siendo polilla de hospital, la caprichosa vida me llevó de vuelta a las raíces.  No era lo que se diría un guajiro con las habilidades del resto. Nunca, por ejemplo, había aprendido a ordeñar una vaca porque mis madrugadas fueron de ciudad y de estudios.  Llegué a la CCS “La Plata” como el pescado en tarima. Nada veían mis ojos abiertos. Fue buena la recibida porque, de alguna manera, formaba parte de esa gran familia que observaba con cierto orgullo que el hijo, el sobrino, el nieto… que había estudiado medicina estaba de vuelta. Sin ningún nombramiento oficial, ya era su médico.  No fueron fáciles los inicios, nunca lo son. Vivía en la cabecera provincial, trabajaba en un hospital en el que, además de mis labores asistenciales, poseía obligaciones administrativas. Mi esposa, también médico, hacía su especialidad en La Habana y prácticam

Mi madre

 Por Lázara Bacallao González  ---------------------  La conocí joven, con una belleza natural a la que nunca le vi cremas, ni artefactos femeninos que no fueran un labial y un lápiz de cejas.  Se repartía entonces en asegurar junto a mi abuela Gertrudis el cuidar a mi prima Jaritza, a mi hermano y a mí.  Una vez que iniciamos la escuela, retomó sus estudios y hasta soñó con ser médico; solo le permitieron ser abogada y, como hasta entonces no se veía así, no aceptó. Se dedicó a ser una eficiente secretaria: ¡la mejor¡ Una Carolina Olivares, pero de verdad. La máquina de escribir de sus oficinas era testigo cada año de que prometía que sus hijos serían universitarios.  La vi llegar a Jagüey Grande en domingos de visita suplicándome con la mirada que soportara estar lejos de casa, que no enjugara una lágrima a la hora del maldito motor de arranque del camión de los padres. Presencié todas sus batallas para concretar su objetivo: “mis hijos universitarios”. Hasta hoy camina con nuestro

Vacío

Por: Laura Seguera Lio ____________ Tanto le insistí que mi amigo me regaló su taza. Una taza blanca, simple, perfecta… profunda y ancha, como para embriagarse de café con leche, como para ahogar las penas en té, como para bañar madrugadas perezosas en energía o arropar noches friolentas con el calor de algún elixir prehispánico.  Mi amigo que ahora está en territorio de conquistadores, a seis horas de distancia, bebiendo quién sabe qué en quién sabe dónde, mientras yo me inyecto cafeína 100 por ciento nacional, sin leche, sin crema, con azúcar criolla, mediante una taza sueca que, en cuatro letras impresas, declara su pertenencia a la marca de artículos para el hogar más famosa del mundo. Medio mundo nos separa a mi amigo —que no se despidió de nadie antes de irse— y a mí. Aun así, esta cerámica redonda y pulcra fue un regalo de despedida; esta taza que a la vez había sido ya un obsequio y que pareciera condenada a vagar de dueño en dueño, que me fue dada al fin de un ciclo y que en

Carta a un hombre preso

  Por Mario Ernesto Almeida Bacallao _________ ¿Te siguen llamando por tus siete letras? ¿Te vieron llorar? ¿Te juzgaron antes de entrar al juicio? ¿Has sentido igual que siempre el frío, el hambre, el miedo? ¿Te permitieron decir «perdón»? ¿Hablaron de pagar? ¿Preguntaron con qué sueñas? A los chamacos del barrio nos cuadraba Moneda Dura. Nos parecía contestataria, valiente, que hablaba claro en una etapa de nuestras vidas en la que los abuelos intentaban convencernos de que la mejor forma de sobrevivir era ver, escuchar y callar. Aunque no recuerdo el momento preciso, estoy casi seguro de que tú –quién no– tarareaste «La primera piedra», acaso sin sospechar que un día estarías como Yoel: tirado bocarriba en una litera, con la luz apagada, luego del mal paso, la equivocación, con casi 24 años e inquilino de la máxima expresión histórica de una jaula. No fue lo que planeamos. Ninguno, mientras nos lanzábamos en tablas montadas en cajas de bolas por la lomilla de Mujica hasta el entro

Ha llegado el momento trascendental de hacer el ridículo

Texto de Alejo Carpentier ___ Pocas cosas teme tanto el hombre como el ridículo. Y en nuestra época, una de las maneras de hacer el ridículo está en dar muestras de credulidad. El crédulo –es decir, el hombre de buena fe– resulta un elemental y un primario, y por ello tantos semejantes nuestros se creen obligados a pasar por listos, porque la viveza es antídoto del ridículo.  Pero la vida –la historia– está llena de verdades elementales y primarias. De hechos y casos que están al alcance de todas las inteligencias, y que la buena lógica de pies en tierra analiza sin dificultad. Esta buena lógica sana observó, en los años que siguieron la paz de 1918, que lops vendedores de armamentos organizaban guerras donde les era posible hacerlo, para abrir mercado a su lucrativa industria. Esa buena lógica se conmovió al ver combatir en España legiones italianas y alemanas. Esa buena lógica denunció hace tiempo a las doscientas familias que retenían toda la riqueza de Francia, como sospechosa de

El Doctor Fidalgo

Por Lázara Bacallao González Llegaba yo al Instiruto de Neurología: mujer de 32 años, casada,con dos hijos, médico. Asustadiza de escuchar partes del cerebro que, juro, no retuve en la carrera. Me recibía entonces un singular profesor, que me escudriñaba de los pies a la cabeza. Su pregunta inicial fue si conocía el concepto de crisis epiléptica, a lo que muy segura le respondi que sí, para luego lanzarle el concepto de Epilepsia.  Esbozó una pícara sonrisa bañada en humo de cigarro. Preguntó que dónde había estudiado el concepto y, otra vez, saltó la guajira matancera, más atrevida que instruida en temas neurológicos: "¡Por el MGI , profe!". Me recomendó que en la noche revisara nuevamente el capítulo correspondiente de ese mism libro. Sorpresa, asombro, verguenza... Era aquel extraño profesor el autor del capítulo que pocas veces o solo con el apuro de irme para el Instituto había leído. Hoy sé que no leerá este escrito. Todos sabemos que no pasó de apretar las teclas de un

El Capitán

 Para un  buen  profesor... Así lo tienen, así se ha vuelto... El capitán está loco de remate e intenta esconderlo en tanto el barco no llegue a puerto seguro. Sus ojos lo delatan y, por ello, mientras va de timonel, los lleva casi cerrados como quien comanda con los oídos, en escucha de sus marineros o del mar, antes de decidir el rumbo. Frente a sus superiores o el consejo de mando, sus párpados continúan a rastras en el intento preventivo y conciliador de censurar al energúmeno… que quiere desertar, llorar, reír aparatosamente con los graves espasmos de su voz de micrófonos. Y cierra los ojos, reina el control y nada sucede. El capitán teme que lo descubran. Teme que todo se vaya al carajo. Solo en lo desértico de los pasillos de la nave, en la humedad del camarote o cuando habla con marineros carentes de los vicios de contralmirantes y baratos capitanes de fragata, abre sus párpados como dos ventanas inmensas y arranca a pensar en cosas grandes: colores, vida, decencia, regreso

Tu Fantasma

Me decido a tararearte todo lo que se te extraña desde el siglo en que partiste hasta el largo día de hoy. Me acompaño de guitarra porque yo no sé de cartas y además ya tú conoces que ella va donde yo voy. Lo único que me consuela es que uso dos almohadas y que ya no me torturo cuando te hago trasnochar. Otro alivio es que en su árbol los pajaritos del alba siguen ensayando el coro con que te bienvenirán. El teléfono persiste en coleccionar absurdos. Embromarme sigue siendo un deporte universal y la puerta está comida donde la ha golpeado el mundo, cuando menos una buena parte de la humanidad. El cine de enamorados tuvo un par de buenas pistas. Nuestro cavaret privado sigue activo por su bar. Se nos sigue desangrando la llave de la cocina y yo sigo sin canciones, habiendo necesidad. Pueden ser casualidades u otras rarezas que pasan pero donde quiera que ando todo me conduce a ti. Especialmente la casa me resulta insoportable cuando desde sus rincones te abalanzas sobre mí. No exagero

Noche II sin ti

Sobre las 12 de la noche recogí la tendedera o, mejor dicho, casi toda; esa ropa reciclada que compraste y acabarás por no ponerte nunca, que trajiste tan solo para alimentar el reguero y que hay que lavar siempre porque las moscas vuelan o porque la salamandra se rascó la nariz… esas carcasas con eterno olor a escaparate tienen especial talento para quedarse húmedas. Y nada, dormirán fuera esta noche también y la de mañana y la otra… hasta que se sequen sus putos cuellos o, mejor, hasta que me acuerde. Debe ser que estoy sensible porque el calzoncillo que te dije sigue sin aparecer. Aprovechando que no estás, agarré tu guitarra. No te gusta, dices que la desafino, que sientes muchas cosas por ella y que te devuelve a los tiempos de la calle G, cuando la llevabas para hacerte la bohemia delante de los imbéciles de turno. Eso es lo bueno de que no estés: puedo tomar tu guitarra cada vez que me dé la gana. La necesito para hacerme el fresa conmigo mismo. Enfurécete, no me importa

¿Jugamos de nuevo?

*** Estábamos así, descalzos, buscando aquella pelota de cuero perdida debajo de algún carro, jugando todos, cada uno con lo que la economía le daba, cada uno con las creencias que fueran, cada uno con las ganas de siempre ganarle al equipo contrario*** Foto: PanamericanWorld Por: Pablo Sánchez Hace años estábamos así, descalzos, buscando aquella pelota de cuero perdida debajo de algún carro, jugando todos, cada uno con lo que la economía le daba, cada uno con las creencias que fueran, cada uno con las ganas de siempre ganarle al equipo contrario. Hace años éramos pequeños, demasiados para pensar que aquel juego donde todos nos veíamos iguales se iba a olvidar para algunos. Pudiera ser que es cuestión de la vida y el aprendizaje, pero los amigos que un día abrazamos, después te agredían por no pisar el mismo suelo, te separaban por no pensar igual, te esquematizaban por haberte quedado en tu tierra. Cada noche me he puesto a pensar en ese odio que se ha generado y me pregunto si es

El extraño caso del ladrón de tierra

***  Hay quien roba comida, ropa, dinero, automóviles, motocicletas; se conoce, incluso, de los ladrones de ideas, de los usurpadores de palabras, del hurto forzoso y cruel de la inocencia… ¿pero tierra? *** Etereotipo del ladrón primermundista. Imagen: Reuters    A mi amigo Josué Benavides, físico y, por encima de todo, ladrón de tierra.   Hay quien roba comida, ropa, dinero, automóviles, motocicletas; se conoce, incluso, de los ladrones de ideas, de los usurpadores de palabras, del hurto forzoso y cruel de la inocencia… ¿pero tierra? Y no hablo del raptor de cuello blanco que trastoca propiedades y papeles, ni siquiera de los que a punta de pistola logan que la gente marche; no me refiero a la tierra como terreno, como espacio, finca; hablo de ella en su significado más puro, ese material desmenuzable del que – especifica la RAE – principalmente se compone el suelo natural. Hablo de tierra como ente “agarrable” con las manos, “ocultable” en bolsa, trasladable en brazos, piel, o

Resistencia genética

 Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao Foto: Betty Images Tiene solo cinco años y lo han traído al parque. Ni la combustión interna de los camiones en el esfuerzo de salir cuando el semáforo se torna verde, ni los cláxones perdidos, ni los gritos neuróticos de “¡Pásamela! ¡Estoy aquí!” lo desvirtúan de su empresa. Poco más, poco menos de un lustro de vida y no se deja reprogramar. Lo trajeron con la esperanza de que en poco tiempo sueñe, como un loco, con violar el campo magnético que se ciñe bajo los tres palos; con desbrozar regates y fintas para dejar gente atrás… mareada; con lograr que el balón dibuje en el aire ese cambio de recorrido, ese efecto siniestro que descoloca a los porteros en el tiro libre. También quieren que sepa que Messi es un “animal”, que Neymar no volverá a hacer nada grande en su vida, que Cristiano fue un personaje presumido y narcisista de los “Marcatoons” y que existe una retahíla inmensa de nuevos nombres que prometen y parecen que sí y, sin embargo, por m