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La carta de Daniela



Por Daniela Pujol Coll y Mario Ernesto Almeida
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Lo más sublime de la jornada fue la carta. Fredy nos había pedido redactar algo “conmovedor” para los que habían trabajado en el centro durante estos días: “Ustedes que son universitarios y escriben bonito, háganme ese favor”.

Estuvimos dándole de largo, hasta que Daniela se lanzó. A pesar de que luchamos contra Fredy para despojar de formalismos arcaicos el documento, no pudimos prescindir de los pies de firma de los funcionarios. Eso sí, nos impusimos para no aceptar, bajo ningún concepto, la inclusión de “aguerridos compañeros” o “estimados compatriotas”. “Así no funciona, Fredy”, argumentó Josué.

Con fecha 24 de abril de 2020, desde Habana del Este y en plena pandemia, la escueta misiva decía así:

“No es lo mismo esperar el demonio que verlo llegar”, es lo que siempre dice el doctor Luis Daniel. La espera ofrece el consuelo del tiempo, la distancia y la posibilidad de prepararse, o de creer que uno puede prepararse. Cuando la espera termina y finalmente hay que enfrentarse al enemigo, nadie está verdaderamente listo; mucho menos cuando en sus manos lleva la responsabilidad de la vida de un extraño, de un amigo, de la familia, su propia existencia. En esos momentos cualquiera pudiera pensar que hay que “dejar a un lado los miedos”, “ser valiente”. No, no se puede. El miedo no se va, el miedo acompaña, y en dosis prudentes suele ser buen consejero.

Ante un adversario nuevo, invisible, letal, ¿cuál es la alternativa? ¿Permanecer eternamente a la sombra de la espera? ¿Cerrar los ojos muy fuerte y desear que la muerte no nos encuentre? ¿O coger al miedo de la mano y pasar la frontera, la delgada línea que puede separar la vida de la muerte?

A los que tienen miedo e incluso así cruzan hacia la zona roja; a los que, aún sin sentirse preparados, se colocan los guantes; a los que no pueden evitar mirar los ojos de los pacientes para buscar en ellos la vida; a los que entienden que es tan importante alcanzar un vaso de agua como prescribir un medicamento; a los que el verde del traje se les oscurece por las gotas de sudor y al mismo tiempo, con los días, se les destiñe de tanto usarlo; a los que han asumido; a los que están…

Gracias infinitas.


Foto: Pedro Pablo Chaviano

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