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Mostrando las entradas etiquetadas como Costumbrismo

Provincianismo, viaje y capital

Para vivir la experiencia de la capital -de la “urbe capitalina”, como la llaman los cronistas de la época- el cubano “del interior” debe pasar primero por la experiencia del viaje, que como ustedes saben es uno de los grandes temas de la literatura desde los tiempos de la Odisea. Por favor, no vayan a preguntarme lo que significa ese interior porque tampoco sabría qué responder; aquí uno puede nacer y vivir toda la vida en un pueblo costero y no obstante ser “del interior”, es decir, de “tierra adentro”. Pero volviendo al tema, entre nosotros ha existido siempre la doble necesidad del viaje, el de la colonia a la metrópoli y el de la provincia a la capital, el tránsito del mundo rural al urbano, entendido como un tránsito de la barbarie a la civilización. Por cierto, a fines del siglo XIX los autonomistas cubanos solían ir en peregrinación a Madrid buscando el apoyo de sus cofrades españoles, y como para eso tenían que “cruzar el charco”, los separatistas los llamaban sarcásticamen

Noche II sin ti

Sobre las 12 de la noche recogí la tendedera o, mejor dicho, casi toda; esa ropa reciclada que compraste y acabarás por no ponerte nunca, que trajiste tan solo para alimentar el reguero y que hay que lavar siempre porque las moscas vuelan o porque la salamandra se rascó la nariz… esas carcasas con eterno olor a escaparate tienen especial talento para quedarse húmedas. Y nada, dormirán fuera esta noche también y la de mañana y la otra… hasta que se sequen sus putos cuellos o, mejor, hasta que me acuerde. Debe ser que estoy sensible porque el calzoncillo que te dije sigue sin aparecer. Aprovechando que no estás, agarré tu guitarra. No te gusta, dices que la desafino, que sientes muchas cosas por ella y que te devuelve a los tiempos de la calle G, cuando la llevabas para hacerte la bohemia delante de los imbéciles de turno. Eso es lo bueno de que no estés: puedo tomar tu guitarra cada vez que me dé la gana. La necesito para hacerme el fresa conmigo mismo. Enfurécete, no me importa

El extraño caso del ladrón de tierra

***  Hay quien roba comida, ropa, dinero, automóviles, motocicletas; se conoce, incluso, de los ladrones de ideas, de los usurpadores de palabras, del hurto forzoso y cruel de la inocencia… ¿pero tierra? *** Etereotipo del ladrón primermundista. Imagen: Reuters    A mi amigo Josué Benavides, físico y, por encima de todo, ladrón de tierra.   Hay quien roba comida, ropa, dinero, automóviles, motocicletas; se conoce, incluso, de los ladrones de ideas, de los usurpadores de palabras, del hurto forzoso y cruel de la inocencia… ¿pero tierra? Y no hablo del raptor de cuello blanco que trastoca propiedades y papeles, ni siquiera de los que a punta de pistola logan que la gente marche; no me refiero a la tierra como terreno, como espacio, finca; hablo de ella en su significado más puro, ese material desmenuzable del que – especifica la RAE – principalmente se compone el suelo natural. Hablo de tierra como ente “agarrable” con las manos, “ocultable” en bolsa, trasladable en brazos, piel, o

No, no siempre fui tan feo

Lo que pasa es que tengo una fractura en la nariz que me causó el tico Lizano con un ladrillo porque yo decía que evidentemente era penalti y él que no y que no y que no nunca en mi vida le volveré a dar la espalda a un futbolista tico el padre de Achaerandio por poco se muere del susto ya que al final había más sangre que en su altar azteca y luego fue Quique Soler que me dio en el ojo derecho la pedrada más exacta que cabe imaginarse claro que se trataba de reproducir la toma de Okinawa pero a mí me tocó ruptura de la retina un mes de inmovilización absoluta (¡a los once años!) visita al doctor Quevedo en Guatemala y al doctor Bidford que usaba una peluca colorada por eso es que en ocasiones bizqueo  y que al salir del cine parezco un drogadicto desvelado la otra razón fue un botellazo de ron que me lanzó el marido de María Elena en realidad yo no tenía ninguna mala intensión pero cada marido es un mundo y si pensamos que él creía que yo era un diplomático argentino hay que dar gra

Resistencia genética

 Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao Foto: Betty Images Tiene solo cinco años y lo han traído al parque. Ni la combustión interna de los camiones en el esfuerzo de salir cuando el semáforo se torna verde, ni los cláxones perdidos, ni los gritos neuróticos de “¡Pásamela! ¡Estoy aquí!” lo desvirtúan de su empresa. Poco más, poco menos de un lustro de vida y no se deja reprogramar. Lo trajeron con la esperanza de que en poco tiempo sueñe, como un loco, con violar el campo magnético que se ciñe bajo los tres palos; con desbrozar regates y fintas para dejar gente atrás… mareada; con lograr que el balón dibuje en el aire ese cambio de recorrido, ese efecto siniestro que descoloca a los porteros en el tiro libre. También quieren que sepa que Messi es un “animal”, que Neymar no volverá a hacer nada grande en su vida, que Cristiano fue un personaje presumido y narcisista de los “Marcatoons” y que existe una retahíla inmensa de nuevos nombres que prometen y parecen que sí y, sin embargo, por m

Treinta de febrero; la vindicación

***Declaración firmada y publicada el domingo 30 de febrero de 2020*** Pasarán cuatro años para que volvamos a estar así de cerca de un 30 de febrero. He imaginado tanto cómo sería, que incluso lo he saboreado y hasta olvidé que resulta –triste pero cierto– prácticamente imposible. Muy a pesar de lo que nos han metido en la cabeza… hoy, en lugar del primer día de un mes, debería ser el último del que recién culmina.  Saldría en todos los periódicos, en las infocintas de los programas televisivos, en los titulares de los noticiarios y hasta en el “Hilo Directo” del diario Granma.  En mediodía en TV, Marino Luzardo disertaría sobre los lugares para celebrar la fecha y algún programa de bajo presupuesto enviaría estudiantes de Periodismo a la esquina del Coppelia, a preguntar a la gente cosas tontas como: “¿Qué piensa hacer en el primer 30 de febrero de su vida?” En Twitter, aparecerían videos cursis y sensacionalistas de los presidentes más conservadores de América Latina o sencillamente

La ponchera

Foto: Cubadebate Son las 12 del día y tengo hambre. No de la que duele –esa fase ya la pasé– hablo del hambre que te hace bajar la cabeza y buscar reposo para aliviar la fatiga, el mareo.  Son las 12 meridiano y el sol está que mata en esta ponchera sin aleros. No pruebo bocado desde ayer a las seis de la tarde y heme aquí, sin fuerzas. No es que ande de pobre sin un peso ni que todo esté desabastecido, la culpa es simplemente mía, que soy un desastre con patas, incapaz de planificarme para tener cada mañana un pan en la cocina. Y nada, desperté y vine cogerle el ponche a la bicicleta porque puedo dejar de comer, nadie lo dude, pero de moverme no.  El ponchero es el tercer elemento que completa mi triángulo de dificultades, junto a los ya mencionados: estómago vacío y sol candente. Para colmo ni siquiera me roba. Me haría tan feliz que me robara… Ello justificaría más mi molestia, mi furia. Pero no, el tipo me habla mal de lo que hicieron sus colegas con la cámara de mi bicicleta, dice

Adáptate

Socio, ¿tú sabes si tienen café? El tipo: esbelto, treinta años, mochila, barba, gorra, ojos saltones... levanta de forma sincronizada los hombros y las cejas en un intento mudo de expresar: "No sé". No veo el cartel puesto y hago un ademán de irme. Me detiene.  --Acere... No te vayas así, sin saber. Pregunta. "Ok", le respondo. --Buenas noches, ¿tienen café? --No, no.  Miro al barbudo y también hago un gesto con mis hombros. --Del carajo- me dice. Ellos están tomando café los cuatro. Qué descara'os son. Yo porque no tengo ganas. Si no me le quedara mirando fijo y le dijera: pero si tienes ahí, veo.  --Imagínate tú- le sigo la rima. Y eso que esto es 24 horas. --Adáptate, chama- insiste mientras cruzamos la calle, justo antes de abordar un P-9. Tu sabes qué aquí to'el mundo es familia de Maceo... la tienen así.  (Para recibir más historias como esta suscríbete a nuestro canal de Telegram )

Cuarentena gonza

Alain Mira López (texto y foto) Hace tres días descubrí que mi apartamento mide ocho metros cuadrados. Realmente jamás me interesó su tamaño, decir que vives en un edificio es sinónimo de poco espacio. Siempre quise saber de dónde salían las hormigas que utilizan mi cuarto como autopista para llegar a la cocina, pero nunca se me ocurrió seguirles la pista. Después de tres días ya tengo identificados varios hormigueros. Me queda algo de cipermetrina; se me ocurre realizar un exterminio en masa. “Mis lagartijas caseras”, como gusto de llamarles a las pequeñas salamandras que conviven conmigo, siempre hacen el mismo recorrido por la pared de la sala en las tardes. Bueno, al menos en los tres días que llevo observándolas. Debo confesar mi repentino interés de denunciar a quienes trabajaron en la construcción del edificio de microbrigada que habito. Las losas de piso cerámico no están al mismo nivel, ya he contado cinco que sobresalen y dos hundidas. Pésimo trabajo. Hace tres días noté que

Alegato contra la herejía

Yo los acuso, excelencia, y solo me conformaré con la máxima condena. Las cifras oficiales*resultan precisas cuando aluden a la cantidad de hombres y mujeres que, en Crema, fueron “víctimas” de la preocupación, la constancia, el desvelo, la inteligencia, el conocimiento y hasta el chiste jocoso –cuánta alevosía, qué horror– de los médicos y enfermeros cubanos. Y digo “víctimas”, sí, porque cuando todo eso se conjuga y cae de sopetón o de a gotas, da igual, sobre una sola persona, lo menos que puede acarrear es el rubor y el rubor, sabrá usted, de cierta forma duele.  Son culpables, nadie lo dude, y desde esta tribuna exijo para cada uno de los cubiches en cuestión cuantas cadenas perpetuas del cariño –según ampare el código penal vigente– puedan sostener sus fatigadas manos. Que caiga sobre sus espaldas, en este minuto doloridas de tanto andar por ahí, el peso de esa ley que aprueban por unanimidad las hordas de agradecidos. Insisto, fue a conciencia. Que nadie venga a defenderlos con

Yo maté a Mayakovski

No me daba la gana de morir en el “puerto seguro” de la tal reseña. Desde que empecé la lectura, me había imaginado en un escritorio con luz tenue, máquina portátil y una taza de té hirviente en la que iría dejando caer pedazos de hielo, con la sola aspiración de escuchar el quebrantado “crac” producido por la física o la química o alguna otra cosa compleja furtiva a mi entendimiento. En tal ambiente escritural –idílico y absurdo –hilvanaría frases que me habían impactado como esa que asegura que “De un faro nadie puede escapar. Inútilmente pretendí ser la excepción” . Dejaría caer también que el autor emplea constantes elementos anafóricos en busca de la redondez de la pieza, lo cual conjuga con hipertextos a obras de poetas foráneos. Como quien traga bocanadas de grandeza, me había visto describiendo el carácter costumbrista del segundo relato o la asquerosa sensación que provoca el tercero en sus postrimerías, cuando tuve que detener la lectura y alejar el libro de la