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Mostrando las entradas etiquetadas como Mario Ernesto Almeida

Mejilla seca

Tomo asiento en la calle Que antes de ayer no existía Y veo pasar rostros Que no son mis rostros Y miradas Que no son mis miradas. Quiero preguntar Si acaso eres tú, ¿Me reconoces? Mientras una desconocida Guiña un ojo, Sonríe, dice adiós Y se pierde entre el resto. Pongo ceño arrogante, Bebo un sorbo, Prendo el siguiente cigarro, Alguien me ve, Se asombra, da la mano un beso... Hace años que un hombre No me besa el rostro. La última vez, Miami tenía menos gente, España, Uruguay, México, Chile... Los hombres que besaban mi rostro Se marcharon un día Y al siguiente Prometieron no volverme a besar. Creo entenderlos Y hasta los perdono. Quizás, yo mismo no les volvería a dar   el cuero de mi mejilla, Mas sería mentir Gruñir que no los quiero. Regresé... y no me encuentro. Ni los... Y hasta los gatos de mi vieja casa Parecen tener Más casa Cuando en un tiempo Inmóviles quedan Y al segundo Corren, Como gritando: Tú quién eres. ME

A quién le importa cuánto cuesta un ala

De mí se espera mucho: que me mida la pasión, que la regule. Que siga los pasos de quien más suerte tuvo entre los últimos diez o quince o treinta que anduvieron por mis chanclas. Me conocen tanto, que regularmente debo, para saber quién soy, ir a revisar sus ojos y sus lenguas. Allí también, rebobinando un poco, encontrarán ustedes la versión oficial, esa que vale, de las cosas que he hecho: mis motivos, egoísmos, cinismos, fracasos… Casi que pedir permiso tengo para respirar en la siguiente dirección. Y he descubierto que me temen y que, piadosamente, me convidan a tenerme miedo… Dejen en paz al gorrión, que ya él pagará el precio de ignorar migajas por batir libélulas y camaleones. De sobra sabe                          que se juega el ala. Texto: Mario Ernesto Almeida

Miserable oferta

Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao  ___________ Aunque me adviertas débil y supongas que el vencerme sea sencillo, aunque mis dientes amenacen con desaparecer antes de tiempo y mis manos, huesudas, anuncien con temblor el ansia, te prometo no caer. Por mi sangre corren los ya no muertos, dispuestos todos, y todas, claro está, a tomar por suyas mis manos y por suyos mis dientes y por suyos mis ojos. Sin alardes de macho proveedor, saldré a la caza y la pesca, sembraré un árbol o cuatro o dieciséis y regresaré a la cueva con algo entre las manos, manos apenas mías que ya ni débiles serán, como yo, que tampoco seré débil para entonces. Calculando tiempos agrios, miserablemente eso te ofrezco: la supervivencia. De los pasajes de avión, la carne de unicornio y el clima nevado para noches de lava... tendrás que ocuparte tú, aunque a mi abuelo, el viejo cromañón, la honra le duela. Tuyo nunca, camarada.            Pero siempre                    

La carta de Daniela

Por Daniela Pujol Coll y Mario Ernesto Almeida ___________ Lo más sublime de la jornada fue la carta. Fredy nos había pedido redactar algo “conmovedor” para los que habían trabajado en el centro durante estos días: “Ustedes que son universitarios y escriben bonito, háganme ese favor”. Estuvimos dándole de largo, hasta que Daniela se lanzó. A pesar de que luchamos contra Fredy para despojar de formalismos arcaicos el documento, no pudimos prescindir de los pies de firma de los funcionarios. Eso sí, nos impusimos para no aceptar, bajo ningún concepto, la inclusión de “aguerridos compañeros” o “estimados compatriotas”. “Así no funciona, Fredy”, argumentó Josué. Con fecha 24 de abril de 2020, desde Habana del Este y en plena pandemia, la escueta misiva decía así: “No es lo mismo esperar el demonio que verlo llegar”, es lo que siempre dice el doctor Luis Daniel. La espera ofrece el consuelo del tiempo, la distancia y la posibilidad de prepararse, o de creer que uno puede prepararse. Cuand

Soneto para un gato público

Por Mario Ernesto Almeida Bacallao __________ Tengo un gato, qué alarde, un gato tengo que se filtra como agua entre tejados... gato diurno, nocturno y descarado que usurpa mi comida y no retengo. Enamorándome del gato vengo, gato que en mi puerta al mediodía maulla, que da poco cariño y mucha bulla; así es el gato que en verdad no tengo. Y es que ¿quién soy para decir que un gato que a mis caricias solo cede a ratos es propiedad de mi persona insulsa? Sé que en el barrio nadie "tiene" al gato, aunque suele volverse un garabato, entre los pies de todo el que lo endulza.

La perra, el trombón y la noche

Por Mario Ernesto Almeida  #CosasDeAmalia _____ El trombón suena tres veces al día: una hora después del almuerzo; luego, sobre las cinco o seis de la tarde; y a treinta minutos de haberse sucedido la comida. En el segundo margen de intentos, la perra estira las patas delanteras, dobla las de atrás y, hocico al cielo, busca afinar con los últimos agudos que emite, en cada ráfaga, el dichoso instrumento.  El trombón y los aullidos de la perra pueden sobrevenir, en realidad, a cualquier horario, pero solo coinciden en aquel donde la oscuridad comienza a asomar por la esquinas y en que las penumbras sedientas de luz, con sus fauces mojadas de leve rabia, insisten en acorralar al sol contra las lomas de allá, donde se ve el “borde” del mundo. Con tanta fiereza acorralan… que el sol –dicen que rey– continúa huyendo y por acá solo nos queda la noche y el trombón y la perra, con al menos un alarido parejo y coordinado entre los tres, después del cual, ya lo explicaba, se sigue ladrando, toc

La condena y el hambre

***Cuento finalista en el XIII Concurso de Minicuentos "El Dinosaurio"*** Por Mario Ernesto Almeida Bacallao _____ Ensartó en su anzuelo una lombriz que había encontrado, media hora atrás, comiendo la tierra superficial que apenas pudo condimentar el rocío. “Días duros para todos”, había pensado Asmidia en su camino al mar. El lance avanzó buen tramo antes de hundirse y Asmidia sintió en sus dedos la vibración del plomo y del cordel cortando el agua, la misma vibración que atrajo al pez que venía “quemando cola” por el borde del canto del veril.  La marejada lo había obligado a guarecerse por días sin comer. Reconoció al anzuelo, a la lombriz. Pez viejo, sabiondo… pero pez hambriento. “Eres perfecto”, murmuró Asmidia. Buscó el carrete de pescar al vivo y atravesó el lomo del pez con el anzuelo más recio que encontró. “¡Anda! ¡Ve!”.  Cuando Oiram vio aquel peje inmenso nadando sin fuerzas en la caleta, se echó al agua. Llevaba cinco meses vagando por la costa. Desnudo como a

Tarde VIII a ti

Tú sabes que los barcos me vuelven loco. Quizás no me adapto a verlos de cerca porque vivo aún con siete años y por suerte. Tenía tantos de papel… dibujaba los petroleros que se dejaban ver en la bahía, los recortaba y a la gaveta. A veces me conformaba con los humildes de pesca y entonces aplicaba la técnica del doblez. La cuestión es que yo, niño de pequeños barcos de papel, aún no acepto que sean grandes y de hierro y por eso, ya lo sabes, enloquezco si los tengo enfrente. Hace unos días, en lo que esperaba el ómnibus que me llevase al hospital, cerca de aquí, en el embarcadero, me quedé embobado con Josefa, un granelero amarillento-verduzco que anclaba a pocos metros, con visible bandera panameña. Tenía algo raro aunque en ese momento no lo descifré. Solo vi al bote de Prácticos del Puerto realizar una maniobra a su costado y a un hombre gritar, desde abajo, algún recado a un marinero que –creo recordar– se inclinaba un tanto en la baranda para escuchar mejor. Daría cualquier c

El Capitán

 Para un  buen  profesor... Así lo tienen, así se ha vuelto... El capitán está loco de remate e intenta esconderlo en tanto el barco no llegue a puerto seguro. Sus ojos lo delatan y, por ello, mientras va de timonel, los lleva casi cerrados como quien comanda con los oídos, en escucha de sus marineros o del mar, antes de decidir el rumbo. Frente a sus superiores o el consejo de mando, sus párpados continúan a rastras en el intento preventivo y conciliador de censurar al energúmeno… que quiere desertar, llorar, reír aparatosamente con los graves espasmos de su voz de micrófonos. Y cierra los ojos, reina el control y nada sucede. El capitán teme que lo descubran. Teme que todo se vaya al carajo. Solo en lo desértico de los pasillos de la nave, en la humedad del camarote o cuando habla con marineros carentes de los vicios de contralmirantes y baratos capitanes de fragata, abre sus párpados como dos ventanas inmensas y arranca a pensar en cosas grandes: colores, vida, decencia, regreso

Noche II sin ti

Sobre las 12 de la noche recogí la tendedera o, mejor dicho, casi toda; esa ropa reciclada que compraste y acabarás por no ponerte nunca, que trajiste tan solo para alimentar el reguero y que hay que lavar siempre porque las moscas vuelan o porque la salamandra se rascó la nariz… esas carcasas con eterno olor a escaparate tienen especial talento para quedarse húmedas. Y nada, dormirán fuera esta noche también y la de mañana y la otra… hasta que se sequen sus putos cuellos o, mejor, hasta que me acuerde. Debe ser que estoy sensible porque el calzoncillo que te dije sigue sin aparecer. Aprovechando que no estás, agarré tu guitarra. No te gusta, dices que la desafino, que sientes muchas cosas por ella y que te devuelve a los tiempos de la calle G, cuando la llevabas para hacerte la bohemia delante de los imbéciles de turno. Eso es lo bueno de que no estés: puedo tomar tu guitarra cada vez que me dé la gana. La necesito para hacerme el fresa conmigo mismo. Enfurécete, no me importa

Resistencia genética

 Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao Foto: Betty Images Tiene solo cinco años y lo han traído al parque. Ni la combustión interna de los camiones en el esfuerzo de salir cuando el semáforo se torna verde, ni los cláxones perdidos, ni los gritos neuróticos de “¡Pásamela! ¡Estoy aquí!” lo desvirtúan de su empresa. Poco más, poco menos de un lustro de vida y no se deja reprogramar. Lo trajeron con la esperanza de que en poco tiempo sueñe, como un loco, con violar el campo magnético que se ciñe bajo los tres palos; con desbrozar regates y fintas para dejar gente atrás… mareada; con lograr que el balón dibuje en el aire ese cambio de recorrido, ese efecto siniestro que descoloca a los porteros en el tiro libre. También quieren que sepa que Messi es un “animal”, que Neymar no volverá a hacer nada grande en su vida, que Cristiano fue un personaje presumido y narcisista de los “Marcatoons” y que existe una retahíla inmensa de nuevos nombres que prometen y parecen que sí y, sin embargo, por m

Cuando yo era poeta

Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao Cuando yo era poeta Decía tú y yo  Como si fuésemos tú y yo lo grande, lo perfecto, Como si tú la Helena de todas las Troyas por venir, Como si yo un simple Héctor… Muriendo por la honra del ajeno. Por guion, jamás compartiríamos lecho, Pero más allá del drama histórico predestinado… ¿Quién sabe? A fin de cuentas, Estábamos en la misma escena: Tú eras linda y yo, entre los buenos, el mejor. Pero esos tiempos se fueron Y la poesía comenzó a valerme verga; Ni tú tan bella ni yo estoico, Al carajo las rimas perfectas Y la metría cuidadosa  Que por siglos embelesó al guion. Esta vez solo llegué asustadizo  Como el más sato de los perros, Te dije “todavía me gustas” Y tú pensaste: “¡yo quería un poeta!”. Pero los tiempos eran cada vez más duros  Y creíste que esto que tenías en frente  Era todo lo que había. Entonces, me besaste por primera vez.

De noches, bandera y plomo

Las madrugadas de julio –cuando no hay huracán– suelen ser así: húmedas, quietas, violentadas cuanto mucho por el vuelo abrupto de alguna mariposa bruja o por la luz lejana de las centellas que, mudas como estas noches de verano, se suceden unas a las otras pero nada más. Al mes de julio le salen canas y arrugas y, nosotros, de tanto inventar calendarios, meses y semanas, terminamos viviendo al pendiente de las fechas. Llega el 26, el Moncada, y pasas horas frente al teclado y sufres, porque sientes que ya todo está escrito y no quieres que lo tuyo sea como la bandera roja y negra del CDR, que de tanto sacarla todos los años acaba por perder hasta el color. *** Ha llovido. La lluvia intensa allana todo: el mar, el polvo, el viento, las hojas. ¿Así le ocurrirá a una ciudad después del asalto, del estruendo, de los gritos, de las persecuciones, del vértigo, del plomo? Las balas son horrendas. En el servicio militar, había soldados que intentaban robárselas para luego hacerse un colgante,

Crónica de aquel invierno

Lo único que pensé fue en salir a las 10:30 de la noche para la terminal, con las mismas ropas que llevaba encima en aquella redacción, con la mochila vacía, sin libros, sin abrigos… con nada. Allí, el silencio de funeraria aparece como background del chirrido de bancadas corridas, de los altavoces que anuncian rutas que llegan pero no parten y hasta del carraspeo escandaloso que antecede al esputo. Qué semana aquella de comienzos del decenio… cuando la terminal capitalina guardó mis madrugadas prácticamente una tras otra. Cuando Matanzas estaba a punto de quedar campeón y me recibía con los primeros rayos aclarando sus puentes. Cuando mi padre dijo «no vengas, porque en el trabajo pensarán que hiciste el viaje para meterte al estadio». Desembarcaba en la calle Contreras y me inoculaba en un tumulto de chiquillos de pre, que gritaban las mismas pesadeces y vestían las mismas ropas que yo, cinco, seis y siete años atrás. «Ese feo de camisa apretada se parece a lo que fui», me murmuraba

Treinta de febrero; la vindicación

***Declaración firmada y publicada el domingo 30 de febrero de 2020*** Pasarán cuatro años para que volvamos a estar así de cerca de un 30 de febrero. He imaginado tanto cómo sería, que incluso lo he saboreado y hasta olvidé que resulta –triste pero cierto– prácticamente imposible. Muy a pesar de lo que nos han metido en la cabeza… hoy, en lugar del primer día de un mes, debería ser el último del que recién culmina.  Saldría en todos los periódicos, en las infocintas de los programas televisivos, en los titulares de los noticiarios y hasta en el “Hilo Directo” del diario Granma.  En mediodía en TV, Marino Luzardo disertaría sobre los lugares para celebrar la fecha y algún programa de bajo presupuesto enviaría estudiantes de Periodismo a la esquina del Coppelia, a preguntar a la gente cosas tontas como: “¿Qué piensa hacer en el primer 30 de febrero de su vida?” En Twitter, aparecerían videos cursis y sensacionalistas de los presidentes más conservadores de América Latina o sencillamente

La ponchera

Foto: Cubadebate Son las 12 del día y tengo hambre. No de la que duele –esa fase ya la pasé– hablo del hambre que te hace bajar la cabeza y buscar reposo para aliviar la fatiga, el mareo.  Son las 12 meridiano y el sol está que mata en esta ponchera sin aleros. No pruebo bocado desde ayer a las seis de la tarde y heme aquí, sin fuerzas. No es que ande de pobre sin un peso ni que todo esté desabastecido, la culpa es simplemente mía, que soy un desastre con patas, incapaz de planificarme para tener cada mañana un pan en la cocina. Y nada, desperté y vine cogerle el ponche a la bicicleta porque puedo dejar de comer, nadie lo dude, pero de moverme no.  El ponchero es el tercer elemento que completa mi triángulo de dificultades, junto a los ya mencionados: estómago vacío y sol candente. Para colmo ni siquiera me roba. Me haría tan feliz que me robara… Ello justificaría más mi molestia, mi furia. Pero no, el tipo me habla mal de lo que hicieron sus colegas con la cámara de mi bicicleta, dice

Bestias en La Habana Vieja

Esta porción de ciudad hoy solo parece un cúmulo de adoquines abandonados, ya sin el churre que las primeras lluvias de verano se encargaron de limpiar. Este pedazo de Habana, antaño matizado por pálidos rostros, resulta territorio de gatos que en horarios pico solían limitarse a la pestilente seguridad de los tanques de basura o barajeaban sus cuerpos entre estrechos barrotes, de esos que intentan mantener castos y puros los cuasi secretos jardines de los monasterios. Son gatos de todo tipo. Panzones, escuálidos, peludos, sarnosos, prietos, blancos, con rayas, manchas… y hasta de orejas naranjas por el sol a contraluz que, anémico, intenta traspasar las membranas mientras cae por su propio peso tras la cúpula bañada en oro del capitolio. Gatos de ojos verdes, negros y amarillos; confianzudos, que te retan, que defecan a plena luz y en plena plaza, gatos con uñas y dientes afilados que recelosos custodian  los “benditos” adoquines echados al olvido por las sandalias de particular arras

He aquí que tú estás sola...

He aquí tu estás sola y que estoy solo. Haces tus cosas diariamente y piensas y yo pienso y recuerdo y estoy solo. A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya somos, y una locura celular nos recorre y una sangre rebelde y sin cansancio. Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, se me caerá la carne trozo a trozo. Esto es lejía y muerte. El corrosivo estar, el malestar muriendo es nuestra muerte. Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado quién eres, dónde estás, cómo te llamas. Yo soy sólo una parte, sólo un brazo, una mitad apenas, sólo un brazo. Te recuerdo en mi boca y en mis manos. Con mi lengua y mis ojos y mis manos te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, a siembra, a flor, hueles a amor, a ti, hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.  En mis labios te sé, te reconozco, y giras y eres y miras incansable y toda tú me suenas dentro del corazón como mi sangre. Te digo que estoy solo y que me faltas. Nos faltamos, amor, y nos morimos y nada haremos y

La pelota y yo

La mayoría le hacía coro a los azules y yo pensaba que tantos habaneros no podían haber ido a otra provincia para ver un juego de pelota... ------------------------------------------------------------------ El último día de prescolar mamá apareció con un pequeño bate de madera. Meses después, en primer grado, le dije a abuelo que quería ser pelotero y llegó con un diminuto guante de vinil. Me aseguró que era “profesional”, de pitcher o de segunda base, y yo llegué al aula y se lo conté a todos. Por las tardes, en el barrio, robábamos de las gavetas las medias que nos parecían viejas, buscábamos papel de libreta y una piedra pequeña para confeccionar la pelota. Jugábamos hasta que se perdía el sol, hasta que Maritza mandaba entrar a Richard con un grito o hasta que el agua del contén destrozaba el papel que hacía de relleno y terminábamos con una especie de torta dentro un trapo. La cuestión es que la pelota era la vida en aquellos primeros años del dos mil… el terror de las casas recié

A lo lejos

Mi padre, poco a poco, se fue quedando sin amigos. Aquellos de la juerga desenfrenada, los que se le sentaron al lado a quejarse de mujeres lúcidas que salían corriendo, los del abrazo joven y el auto atiborrado, la velocidad, el alcohol, los que juraron estar… todos se fueron. Partieron porque la vida es así, porque la gente suele querer más, aun sin calcular lo que tiene, porque siempre ha pasado y el mundo no se ha detenido a preguntar y porque aunque lo vendan todo, queda esa poética fe de que  donde se deja un amigo se siembra una casa , un barrio, un país o, simplemente, la embajada de lo que fuiste y querrás seguir siendo pero, en definitiva,  jamás volverás a ser. Como iba diciendo, aquellos que conocí con mis ojos de bebé se dispersaron por el mundo como bolas en mesa de billar y, con ellos, fue pasando lo mismo que con un bombillo: después de brillar por años, comenzaron a fallar y a fallar y a fallar, hasta que sus luces terminaron por apagarse y se perdieron. *** A  Israel