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Mostrando entradas de junio, 2020

He aquí que tú estás sola...

He aquí tu estás sola y que estoy solo. Haces tus cosas diariamente y piensas y yo pienso y recuerdo y estoy solo. A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya somos, y una locura celular nos recorre y una sangre rebelde y sin cansancio. Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, se me caerá la carne trozo a trozo. Esto es lejía y muerte. El corrosivo estar, el malestar muriendo es nuestra muerte. Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado quién eres, dónde estás, cómo te llamas. Yo soy sólo una parte, sólo un brazo, una mitad apenas, sólo un brazo. Te recuerdo en mi boca y en mis manos. Con mi lengua y mis ojos y mis manos te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, a siembra, a flor, hueles a amor, a ti, hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.  En mis labios te sé, te reconozco, y giras y eres y miras incansable y toda tú me suenas dentro del corazón como mi sangre. Te digo que estoy solo y que me faltas. Nos faltamos, amor, y nos morimos y nada haremos y

La pelota y yo

La mayoría le hacía coro a los azules y yo pensaba que tantos habaneros no podían haber ido a otra provincia para ver un juego de pelota... ------------------------------------------------------------------ El último día de prescolar mamá apareció con un pequeño bate de madera. Meses después, en primer grado, le dije a abuelo que quería ser pelotero y llegó con un diminuto guante de vinil. Me aseguró que era “profesional”, de pitcher o de segunda base, y yo llegué al aula y se lo conté a todos. Por las tardes, en el barrio, robábamos de las gavetas las medias que nos parecían viejas, buscábamos papel de libreta y una piedra pequeña para confeccionar la pelota. Jugábamos hasta que se perdía el sol, hasta que Maritza mandaba entrar a Richard con un grito o hasta que el agua del contén destrozaba el papel que hacía de relleno y terminábamos con una especie de torta dentro un trapo. La cuestión es que la pelota era la vida en aquellos primeros años del dos mil… el terror de las casas recié

A lo lejos

Mi padre, poco a poco, se fue quedando sin amigos. Aquellos de la juerga desenfrenada, los que se le sentaron al lado a quejarse de mujeres lúcidas que salían corriendo, los del abrazo joven y el auto atiborrado, la velocidad, el alcohol, los que juraron estar… todos se fueron. Partieron porque la vida es así, porque la gente suele querer más, aun sin calcular lo que tiene, porque siempre ha pasado y el mundo no se ha detenido a preguntar y porque aunque lo vendan todo, queda esa poética fe de que  donde se deja un amigo se siembra una casa , un barrio, un país o, simplemente, la embajada de lo que fuiste y querrás seguir siendo pero, en definitiva,  jamás volverás a ser. Como iba diciendo, aquellos que conocí con mis ojos de bebé se dispersaron por el mundo como bolas en mesa de billar y, con ellos, fue pasando lo mismo que con un bombillo: después de brillar por años, comenzaron a fallar y a fallar y a fallar, hasta que sus luces terminaron por apagarse y se perdieron. *** A  Israel 

Lo sublime de la casa ajena

Jorge Johnson  con el  home run  de su vida, la vuelta al cuadro más rápida, los saltos más despampanantes, luego  Cruz  agonizando con cada  strike  que no le caía,  Alarcón  nervioso detrás del  home , de la mascota, con las uñas pintadas y ademanes rudos,  Ayala  con una mirada perdida, desordenada, la cara de diablo viejo de  Civil , como quien se prepara para algo grande. Dos  outs , bases llenas, los bateadores más poderosos de Cuba por vencer, el banco tunero a punto de ebullición, el último roletazo, las gorras verdes colocadas de revés, la sidra o la champaña –qué sé yo– empapando la hierba, las palabrotas, los abrazos, los besos, las banderas, el saberse afortunados, mucho más que cualquier otro tunero al que alguna vez en la historia patria le haya dado por jugar pelota. Benítez  sin tiempo ya para esperar rompimientos,  Yeniet  de regreso, perdonado, con salvoconducto,  La Rosa  eternamente escondido, invisible,  Saavedra  derrochando el mejor fildeo de su carrera y perdién

Bestiario I

Fosa común El 20 de noviembre de 2014, un perro murió atropellado. El propio golpe lo sacó de la carretera y lo catapultó al césped, cuyo verdor resultó lo último que captara su condenada vista, justo antes de que quedase perpleja y congelada hasta el día en que los gusanos terminaran con su cometido. Nadie volvió a tocar al perro. El animal permaneció a menos de un metro del trillo por el que cientos y cientos de personas iban y venían diariamente. Nadie, ni siquiera las urracas se detuvieron en el maldito cadáver que comenzó a adelgazar, a perder pelos, a quedar en huesos y una melcocha negruzca, a ser solo hueso y luego nada: un puñado de tierra grasosa entre el abundante pasto, como si un enorme paquidermo hubiese insistido en dejar su huella. La hierba volvió a asumir su lugar y, a los meses, nadie pudo decir con exactitud bajo qué palmo yacían los restos que el suelo se fue tragando. Años más tarde, pocos recordaban la desagradable imagen del cuerpo abandonado y, un quinquenio

Nuevo hospital. Diario de un médico cubano en Perú VIII.

Imagen de Chimbote en línea Por: Mario Héctor Almeida Alfonso Levantarse temprano en madrugada fría es algo cotidiano para los del primer turno. El ómnibus recorre varios kilómetros atravesando una ciudad costeña, nueva en su conjunto, cuya construcción más alta resulta el edificio del poder judicial, con tan solo ocho pisos. Las características del terreno, arenoso y poco firme, hacen que sea demasiado costoso emprender construcciones mayores, según me comentó hace poco un periodista local. Luego de rodar más de 30 minutos, un olor fuerte –y por momentos desagradable– a pescado inunda todo el vehículo. Sobre viene una curva, el mar, la bahía, los barcos, el centro hospitalario…   La bahía de Chimbote es también conocida como El Ferrol. Este nombre ha sido legado por un conjunto islas cercanas llamadas de igual manera, que protegen al accidente geográfico de las grandes olas del Pacifico y fungen también como refugio y hábitat de lobos marinos. Lo más llamativo para este “Colón modern

Lil Milagro Ramírez... del verso a las balas

Imagen de Abriendo Brecha Mi nombre aquel Mi nombre aquel no lo pronuncies ni siquiera en vos baja espera ya volveré a ser yo cuando la muerte o cuando el triunfo.     Despertar Yo era mansa y pacífica Era una flor, Pero la mansedumbre no es un muro Que cubre la miseria. Y vi las injusticias Y ante los ojos asombrados, Estallaron las huelgas y las rebeldías Del hombre proletario. Y en vez de absurdas lástimas, De hipocresías compasivas, Brotó mi indignación Y me sentí fraternalmente unida a mis hermanos, Y toda huelga me dolía, Y cada grito me golpeaba No solo en la cabeza o los oídos Sino en el corazón. Cayó mi blanca mansedumbre, Muerta a los pies del hambre, Me desnudé llorando de sus velas Y un Nuevo traje me ciñe las carnes. Primavera de lucha son ahora mis brazos, Mi enrojecida sangre es de protesta, Mi cuerpo es verde olivo Y un incendiario fuego me consume Y sin embargo, sigo siendo como antes, amante de la paz, quiero luchar por ella desesperadamente, porque desde el principio

Dos poemas del Comandante "Gonzalo"

En la cárcel   Eso que la cal nos comió No eran ya rostros Bertold Bretch   Este muro tiene las mismas heridas de mi carne, Sus huesos son los míos y de mis predecesores, Un día le crecerán alas para soñar, preferiría Mejor unas garras… Muro, hermano mío, En tus entrañas se desdibuja un jardincillo de Mi infancia, Correré como niño en tus pedregosas manos, Son idénticas a las mías, tus arrugas, tu dolor Veo en el fondo de tu pupila la noche con sus rejas, El rostro de los asesinos, Pero tu voz que es el silencio reconforta. Buenas noches, hermano mío, Mañana cantaremos junto al pueblo. (Tomado de Círculo de Poesía ) Álbum Esta es la ciudad a la que tanto amé como si reposara interminablemente en el ombligo de tu cuerpo. Detrás de su pasado la sensación de las paredes Torturando la infancia. Los años cambiaron de lugar y con ellos iniciamos un modo de vivir junto a los que nos rodeaban. Después vino el invierno. La adoración sublime de tu sexo. Tus prepucios ilustraron  los caser

Regatear un libro

Por: Eduardo Grenier Rodríguez El sudor de las manos humedece de forma leve el papel. Hace sol. En la acera aparecen ubicados en columnas todo tipo de libros, revistas, periódicos, mamotretos raídos por el hambre de las polillas, máquinas de afeitar, mandos de TV, agujas de coser... Libros buenos, libros que nadie jamás leería ni siquiera ebrio, y pacotilla, mucha pacotilla. Parecen organizados, pero quien detiene la mirada -y los sentidos-, cosa difícil entre el gentío irracional de esta esquina de 23 y J, Vedado, se percata del desastre escondido ante los ojos del espectador indiferente. Un policiaco de Maurice Leblanc, el último diamante de Heras León, una revista Bohemia, el Granma del 17 de diciembre (carísimo e insólito demandado periódico Granma), Herejes, Padura, Martí, Kafka, mucha mierda, otra vez Padura, La Novela de mi vida... me cago en... Por qué me tiene que pasar esto a mí. Ver eso ahí, cogiendo sol, un libro casi llorando en las penurias del polvo de las guaguas que s

Adáptate

Socio, ¿tú sabes si tienen café? El tipo: esbelto, treinta años, mochila, barba, gorra, ojos saltones... levanta de forma sincronizada los hombros y las cejas en un intento mudo de expresar: "No sé". No veo el cartel puesto y hago un ademán de irme. Me detiene.  --Acere... No te vayas así, sin saber. Pregunta. "Ok", le respondo. --Buenas noches, ¿tienen café? --No, no.  Miro al barbudo y también hago un gesto con mis hombros. --Del carajo- me dice. Ellos están tomando café los cuatro. Qué descara'os son. Yo porque no tengo ganas. Si no me le quedara mirando fijo y le dijera: pero si tienes ahí, veo.  --Imagínate tú- le sigo la rima. Y eso que esto es 24 horas. --Adáptate, chama- insiste mientras cruzamos la calle, justo antes de abordar un P-9. Tu sabes qué aquí to'el mundo es familia de Maceo... la tienen así.  (Para recibir más historias como esta suscríbete a nuestro canal de Telegram )

El “monstruo”, Camagüey e Industriales; minuto a minuto de un calvario

Entrar a este lugar es un calvario: los tiques que “se acabaron y fueron a buscar más” o que “un tipo por allá está revendiendo a cinco pesos”; las colas atestadas de marañas y caras duras que te obligan a empujar para dar un paso; los pastores alemanes de la policía que llenan de baba sus bozales y ladran, como rabiosos, desde un costado cercano a la no menos impredecible multitud; el calor, el sudor, las revisiones, los alaridos de queja y las palabras del fulanillo de malas pintas que asegura que aquel oficial está “fácil de entrarle”. Ya sentado en las gradas pienso que tal vez no valió la pena, que desde la sala de la casa todo se vería mejor, con repeticiones e incluso cámaras lentas, pero me conformo y la atención se va tras los jimaguas de dos años que, desde la banca inferior, tratan de burlar a la madre para comerse las rositas de maíz que yacen regadas por el suelo. Ensordezco con la algarabía insorteable de las cornetas, me aturdo con los estornudos inmensos del viejo de at