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No te salves

No te quedes inmóvil 

al borde del camino 

no congeles el júbilo 

no quieras con desgana 

no te salves ahora 

ni nunca 

                    no te salves 

no te llenes de calma 

no reserves del mundo 

sólo un rincón tranquilo 

no dejes caer los párpados 

pesados como juicios 

no te quedes sin labios 

no te duermas sin sueño 

no te pienses sin sangre 

no te juzgues sin tiempo


pero si 

            pese a todo no puedes evitarlo 

y congelas el júbilo 

y quieres con desgana 

y te salvas ahora 

y te llenas de calma 

y reservas del mundo 

sólo un rincón tranquilo 

y dejas caer los párpados 

pesados como juicios 

y te secas sin labios 

y te duermes sin sueño 

y te piensas sin sangre 

y te juzgas sin tiempo 

y te quedas inmóvil 

al borde del camino 

y te salvas 

                entonces 

no te quedes conmigo.

(Mario Benedetti)

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Provincianismo, viaje y capital

Para vivir la experiencia de la capital -de la “urbe capitalina”, como la llaman los cronistas de la época- el cubano “del interior” debe pasar primero por la experiencia del viaje, que como ustedes saben es uno de los grandes temas de la literatura desde los tiempos de la Odisea. Por favor, no vayan a preguntarme lo que significa ese interior porque tampoco sabría qué responder; aquí uno puede nacer y vivir toda la vida en un pueblo costero y no obstante ser “del interior”, es decir, de “tierra adentro”. Pero volviendo al tema, entre nosotros ha existido siempre la doble necesidad del viaje, el de la colonia a la metrópoli y el de la provincia a la capital, el tránsito del mundo rural al urbano, entendido como un tránsito de la barbarie a la civilización. Por cierto, a fines del siglo XIX los autonomistas cubanos solían ir en peregrinación a Madrid buscando el apoyo de sus cofrades españoles, y como para eso tenían que “cruzar el charco”, los separatistas los llamaban sarcásticamen