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Entradas

De noches, bandera y plomo

Las madrugadas de julio –cuando no hay huracán– suelen ser así: húmedas, quietas, violentadas cuanto mucho por el vuelo abrupto de alguna mariposa bruja o por la luz lejana de las centellas que, mudas como estas noches de verano, se suceden unas a las otras pero nada más. Al mes de julio le salen canas y arrugas y, nosotros, de tanto inventar calendarios, meses y semanas, terminamos viviendo al pendiente de las fechas. Llega el 26, el Moncada, y pasas horas frente al teclado y sufres, porque sientes que ya todo está escrito y no quieres que lo tuyo sea como la bandera roja y negra del CDR, que de tanto sacarla todos los años acaba por perder hasta el color. *** Ha llovido. La lluvia intensa allana todo: el mar, el polvo, el viento, las hojas. ¿Así le ocurrirá a una ciudad después del asalto, del estruendo, de los gritos, de las persecuciones, del vértigo, del plomo? Las balas son horrendas. En el servicio militar, había soldados que intentaban robárselas para luego hacerse un colgante,...

Las altas. Diario de un médico cubano en Perú XI

Por Mario Héctor Almeida Alfonso En estas tierras de la América nuestra no hay guardias “buenas”, cada turno es una sorpresa de casos  complejos donde, entre conocimiento y tretas de viejo lobo, intento resolver situaciones. Durante la atención al paciente Covid-19, existen estructuras del juego médico bien establecidas. Un protocolo con los cambios oportunos y un sistema de trabajo que minimiza los errores nos ha permitido, desde hace algunas semanas, ir dando altas; no solo a casos puramente infectados con la pandemia, también a otros con padecimientos graves asociados. La paciente de la cama 2, incluso, sufría una enfermedad neoplásica terminal y presentaba metástasis en pulmón, hígado e infiltración vesical.  Asimismo, nos llegó un caso con diagnóstico  de insuficiencia renal  que se encontraba bajo tratamiento dialítico. Por las características del lugar, fue imposible continuar dicho procedimiento, lo que trajo como consecuencia un componente pre-renal y post-r...

Crónica de aquel invierno

Lo único que pensé fue en salir a las 10:30 de la noche para la terminal, con las mismas ropas que llevaba encima en aquella redacción, con la mochila vacía, sin libros, sin abrigos… con nada. Allí, el silencio de funeraria aparece como background del chirrido de bancadas corridas, de los altavoces que anuncian rutas que llegan pero no parten y hasta del carraspeo escandaloso que antecede al esputo. Qué semana aquella de comienzos del decenio… cuando la terminal capitalina guardó mis madrugadas prácticamente una tras otra. Cuando Matanzas estaba a punto de quedar campeón y me recibía con los primeros rayos aclarando sus puentes. Cuando mi padre dijo «no vengas, porque en el trabajo pensarán que hiciste el viaje para meterte al estadio». Desembarcaba en la calle Contreras y me inoculaba en un tumulto de chiquillos de pre, que gritaban las mismas pesadeces y vestían las mismas ropas que yo, cinco, seis y siete años atrás. «Ese feo de camisa apretada se parece a lo que fui», me murmuraba ...

Treinta de febrero; la vindicación

***Declaración firmada y publicada el domingo 30 de febrero de 2020*** Pasarán cuatro años para que volvamos a estar así de cerca de un 30 de febrero. He imaginado tanto cómo sería, que incluso lo he saboreado y hasta olvidé que resulta –triste pero cierto– prácticamente imposible. Muy a pesar de lo que nos han metido en la cabeza… hoy, en lugar del primer día de un mes, debería ser el último del que recién culmina.  Saldría en todos los periódicos, en las infocintas de los programas televisivos, en los titulares de los noticiarios y hasta en el “Hilo Directo” del diario Granma.  En mediodía en TV, Marino Luzardo disertaría sobre los lugares para celebrar la fecha y algún programa de bajo presupuesto enviaría estudiantes de Periodismo a la esquina del Coppelia, a preguntar a la gente cosas tontas como: “¿Qué piensa hacer en el primer 30 de febrero de su vida?” En Twitter, aparecerían videos cursis y sensacionalistas de los presidentes más conservadores de América Latina o senc...

La ponchera

Foto: Cubadebate Son las 12 del día y tengo hambre. No de la que duele –esa fase ya la pasé– hablo del hambre que te hace bajar la cabeza y buscar reposo para aliviar la fatiga, el mareo.  Son las 12 meridiano y el sol está que mata en esta ponchera sin aleros. No pruebo bocado desde ayer a las seis de la tarde y heme aquí, sin fuerzas. No es que ande de pobre sin un peso ni que todo esté desabastecido, la culpa es simplemente mía, que soy un desastre con patas, incapaz de planificarme para tener cada mañana un pan en la cocina. Y nada, desperté y vine cogerle el ponche a la bicicleta porque puedo dejar de comer, nadie lo dude, pero de moverme no.  El ponchero es el tercer elemento que completa mi triángulo de dificultades, junto a los ya mencionados: estómago vacío y sol candente. Para colmo ni siquiera me roba. Me haría tan feliz que me robara… Ello justificaría más mi molestia, mi furia. Pero no, el tipo me habla mal de lo que hicieron sus colegas con la cámara de mi bicicl...

Se me ha perdido un hombre

Carilda Oliver Labra Se me ha perdido un hombre.   Y lo busco por cifras y guitarras, por rostros y entrepisos, en el cielo, en la tierra, dentro de mí.   Se me ha perdido un hombre.   Y me he quedado temblando como quien no come sino polvo, como quien ya extravió la sombra.   Pero no, que no, que no me ayudan a buscarlo. ¿A quién le importa si su mirada ha derrotado al tiempo? ¿A quién le importa aquella piel con ganas de la luz? ¿A quién le importan unos labios transparentes que no tuvieron hambre, unas piernas que sólo corrían al amor?   Se me ha perdido un hombre.   Y todos ríen, se entretienen, sudan, mastican, se desenvainan por las noches; despreciativos, inefables, maromeros, unánimes, como si sólo se hubiese caído un alfiler o la hoja más seca del árbol del bien y del mal, como si la muerte no hubiera entrado a destiempo en nuestra casa.   Y yo pensando que era demasiado joven, que reunía láminas y piedras, pedacitos de mundo, hierros, cosas d...

Bestias en La Habana Vieja

Esta porción de ciudad hoy solo parece un cúmulo de adoquines abandonados, ya sin el churre que las primeras lluvias de verano se encargaron de limpiar. Este pedazo de Habana, antaño matizado por pálidos rostros, resulta territorio de gatos que en horarios pico solían limitarse a la pestilente seguridad de los tanques de basura o barajeaban sus cuerpos entre estrechos barrotes, de esos que intentan mantener castos y puros los cuasi secretos jardines de los monasterios. Son gatos de todo tipo. Panzones, escuálidos, peludos, sarnosos, prietos, blancos, con rayas, manchas… y hasta de orejas naranjas por el sol a contraluz que, anémico, intenta traspasar las membranas mientras cae por su propio peso tras la cúpula bañada en oro del capitolio. Gatos de ojos verdes, negros y amarillos; confianzudos, que te retan, que defecan a plena luz y en plena plaza, gatos con uñas y dientes afilados que recelosos custodian  los “benditos” adoquines echados al olvido por las sandalias de particular a...