Por Leonardo Depestre Catony
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Puede el lector pensar que conformar un trinomio integrado por Pablo de la Torriente Brau, Miguel Hernández y Federico García Lorca es asunto tan forzado como “meter a La Habana en Guanabacoa”. Mas no es así, ya lo verá.
Primer acto. En marzo de 1930 Federico visitó Cuba, se detuvo en ella por varias semanas, hasta el 12 de junio, y la recorrió hasta Santiago. Uno de sus anfitriones en La Habana fue José María Chacón y Calvo, quien sería padrino de la boda de Pablo celebrada en julio de aquel mismo año. Las fotografías de Federico y de José María atestiguan la amistad surgida entre ellos. Y aunque no hemos encontrado una sola palabra escrita de Pablo sobre el poeta granadino, es casi imposible que desconociera de una visita que dio mucho y muy bien que hablar. Además, Pablo era un joven demasiado enterado de cuanto acontecía para pasar por alto un acontecimiento de trascendencia literaria y más allá, cultural.
Cuando Lorca es fusilado, en el verano de 1936, Pablo está emigrado en Nueva York y ya por entonces ha tomado la irreversible decisión de embarcar hacia España, para cubrir periodísticamente la Guerra Civil en la Península. Tampoco en la correspondencia de Pablo desde aquella urbe encontramos alusión alguna a este hecho, que al menos en Cuba causó conmoción y aunque seguramente menor, también en Nueva York. Así pues, ¿adónde vamos?
Segundo acto. En España se conocen Pablo y Miguel Hernández. Uno y otro comentaron sobre aquel suceso que, posiblemente, salvó la vida de Miguel, pues Pablo lo llevó junto a sí, a su brigada, para realizar funciones culturales entre los milicianos. Miguel apunta: “Quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre porque él [Pablo] sabía encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnes… Yo le quise mucho”. Pablo escribe: “Descubrí a un poeta en el batallón, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Le nombré jefe del departamento de cultura”. Varias veces menciona Pablo en sus cartas y crónicas de España al poeta, con quien mucho congenia, y a quien tiene bajo sus órdenes. Miguel está presente en el entierro de Pablo.
Tercer acto. En cuanto a Federico y Miguel, coincidieron en varias ocasiones. El granadino no mostró entusiasmo alguno por estrechar nexos con el oriolano —tal como lo documenta el autor José Luis Ferris—, pero este, invariablemente, una y otra vez, no hizo caso de tal “desentendimiento” y trató de tender puentes. Lo cierto, lo indudable, es la sincera admiración de Miguel por Federico como poeta y dramaturgo. Miguel nunca le escatimó elogios a Lorca. Además, uno y otro estuvieron del lado republicano.
Final. Miguel Hernández sobrevive a ambos, aunque no por mucho tiempo, sufre la muerte de Pablo y la de Lorca, uno en combate; el otro, fusilado. Ya tiene pues, el lector, el nexo entre los tres, que se establece a través de Miguel Hernández y encuentra su mejor expresión en dos elegías, dedicadas a uno y a otro, una bastante conocida, la otra menos. Estas son las emotivas estrofas finales de cada una:
“Elegía Primera” (A Federico García Lorca)
(…)
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.
“Elegía Segunda” (A Pablo de la Torriente Brau)
(…)
Pasad ante el cubano generoso,
hombres de su Brigada,
con el fusil furioso,
las botas iracundas y la mano crispada.
Miradlo sonriendo a los terrones
y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos
a nuestros más floridos batallones
y a sus varones como rayos rudos.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
Porque este es de los muertos que crecen y se agrandan
aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
Destino iracundo el de los tres, arrebatados en plena juventud, aunque para el caso se ajusten estos versos de Rafael Aberti, un canto de optimismo dentro de la tragedia civil española: “ Cantad ya con nosotros, con nuestras multitudes / de cara al viento libre, a la mar, a la vida./ No sois la muerte, sois las nuevas juventud
Tomado del Centro Pablo
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