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La condena y el hambre

***Cuento finalista en el XIII Concurso de Minicuentos "El Dinosaurio"***

Por Mario Ernesto Almeida Bacallao

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Ensartó en su anzuelo una lombriz que había encontrado, media hora atrás, comiendo la tierra superficial que apenas pudo condimentar el rocío. “Días duros para todos”, había pensado Asmidia en su camino al mar.

El lance avanzó buen tramo antes de hundirse y Asmidia sintió en sus dedos la vibración del plomo y del cordel cortando el agua, la misma vibración que atrajo al pez que venía “quemando cola” por el borde del canto del veril. 

La marejada lo había obligado a guarecerse por días sin comer. Reconoció al anzuelo, a la lombriz. Pez viejo, sabiondo… pero pez hambriento. “Eres perfecto”, murmuró Asmidia. Buscó el carrete de pescar al vivo y atravesó el lomo del pez con el anzuelo más recio que encontró. “¡Anda! ¡Ve!”. 

Cuando Oiram vio aquel peje inmenso nadando sin fuerzas en la caleta, se echó al agua. Llevaba cinco meses vagando por la costa. Desnudo como animal, dormía en pozos de ametralladoras y a falta del mínimo alimento decente terminaba engullendo ciguas y quitones.

Oiram reconoció la enfermedad en el pescado. Oiram: viejo y sabiondo… pero hambriento. Ya en la tarde estaba totalmente deshidratado por la cagalera y entrando la noche comenzó a dejar de sentir. 

Asmidia al fin lo agarró  y, poniéndose la capucha, se alejó lentamente con Oiram en su ensarta. Este vino en sí una última vez y, con rara compasión, le dijo a la mujer: “Cuidado… tú también tienes hambre”.


Imagen: El viejo pescador (Picasso)

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