Poema para la despedida
Ah, que tú te esfumes,
En la rutina de los cinceles,
Que mancillan una estatua a mi sombra,
En el mármol de los dioses.
Ah, que tú bebas la ambrosía y los elixires,
Untados en aceite los manjares,
Del banquete del Olimpo.
Ah, que tú escapes a mi templo,
Donde la guía de mi credo y mi fe,
Es un beso en la herida,
Haciendo pasión.
Ah, que tu recuerdo me acompañe,
Más allá de la bendición de la primera muerte,
Nítida como el contorno de unos labios,
Aproximandosé en la penumbra,
Y podré decir entonces:
Que he vivido,
Entre miedos y rencores,
Hablando la lengua extraña de los adioses.
Los nenúfares
Por el cauce del río lodoso,
Avanzan los nenúfares silentes:
Entre el olor de los cerezos,
Y el frío precoz de las primeras nieves;
Encerrada en las entrañas de la tierra.
Una geisha pálida lo acurruca,
Contra su frágil seno.
Llega en su rescate el amanecer y el sol naciente,
Cuando una puerta no conduce a todos los caminos,
Se prepara a asumir las consecuencias.
No hay mapa que guie los andares esquivos:
De la naturaleza que,
Reclama lo que una vez fue suyo.
De vuelta en el río,
La corriente intensifica sus fuerzas.
Donde se funden las aguas revueltas del río,
Con la calma impasible del mar.
Los nenúfares se hunden en la profundidad:
Del olvido.
José Manuel Lapeira
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