Para un buen profesor...
Así lo tienen, así se ha vuelto... El capitán está loco
de remate e intenta esconderlo en tanto el barco no llegue a puerto seguro. Sus
ojos lo delatan y, por ello, mientras va de timonel, los lleva casi cerrados
como quien comanda con los oídos, en escucha de sus marineros o del mar, antes
de decidir el rumbo.
Frente a sus superiores o el consejo de mando, sus
párpados continúan a rastras en el intento preventivo y conciliador de censurar
al energúmeno… que quiere desertar, llorar, reír aparatosamente con los graves
espasmos de su voz de micrófonos. Y cierra los ojos, reina el control y nada
sucede. El capitán teme que lo descubran. Teme que todo se vaya al carajo.
Solo en lo desértico de los pasillos de la nave, en la
humedad del camarote o cuando habla con marineros carentes de los vicios de
contralmirantes y baratos capitanes de fragata, abre sus párpados como dos
ventanas inmensas y arranca a pensar en cosas grandes: colores, vida, decencia,
regresos, avanzadas… y comienza a conspirar con ideas y palabras que brotan
rítmicas, irónicas, fuertes, líricas.
Su semblante, al mismo tiempo, lanza ráfagas de
expresiones que pueden representar una ofensa, un “hasta cuándo” o un “quién
dice que no… comámonos el mundo”. Y los marineros le creen y se contagian y se
enamoran y le responden, con la sencillez del soldado raso: “Vamos capitán”.
Texto: Mario Ernesto Almeida
Imagen: Película al óleo Loving Vicent
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