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El “monstruo”, Camagüey e Industriales; minuto a minuto de un calvario



Entrar a este lugar es un calvario: los tiques que “se acabaron y fueron a buscar más” o que “un tipo por allá está revendiendo a cinco pesos”; las colas atestadas de marañas y caras duras que te obligan a empujar para dar un paso; los pastores alemanes de la policía que llenan de baba sus bozales y ladran, como rabiosos, desde un costado cercano a la no menos impredecible multitud; el calor, el sudor, las revisiones, los alaridos de queja y las palabras del fulanillo de malas pintas que asegura que aquel oficial está “fácil de entrarle”.

Ya sentado en las gradas pienso que tal vez no valió la pena, que desde la sala de la casa todo se vería mejor, con repeticiones e incluso cámaras lentas, pero me conformo y la atención se va tras los jimaguas de dos años que, desde la banca inferior, tratan de burlar a la madre para comerse las rositas de maíz que yacen regadas por el suelo.

Ensordezco con la algarabía insorteable de las cornetas, me aturdo con los estornudos inmensos del viejo de atrás, me ofendo cuando el Latinoamericano abuchea a los foráneos y permanezco irascible ante las reiteradas sorpresas de aquel de los binoculares que advierte una y otra vez: “mira, mira, ese de allá es Marlon Guapo Natural”, “mira, mira, ahora está aquí”, “mira, mira, ahora está allá”. Luego… algo raro se apodera de mí y pienso que todo esto es simplemente magia.


El juego


Hasta el cierre del quinto ining, el primer cara a cara del Play Off en la Serie Nacional 59 había andado a paso ligero. La tensión resultaba casi nula en aquellas entradas que se iban volando y en las que Camagüey construyó de a poco cinco carreras mientras Industriales apenas sostuvo su honra con un jonrón de Frederich Cepeda en su primera comparecencia. El estadio estaba, casi literalmente, dormido… Luego todo cambió.


Andamos por el sexto ining y el Latino implosiona cuando, después de un doble de Peñalver, llega Cepeda, un tipo que a cada rato renace de su condenada veteranía para echarle algo de pimienta a la pelota de este país. La gente, acá por el jardín derecho, insiste a coro en que “se va”.

El 29 de los agramontinos, Yariel Rodríguez, desde su lomita ha puesto al gallo en tres y uno y este no lo perdona con un roletazo por el short que perfora los files. Peñalver entra. El Latino está de pie. Sigue abajo por tres carreras pero grita “sí se puede” al tiempo que prenden las respectivas linternas de miles de celulares para, entre todos, dar fe de cuán concreto resulta ese sustantivo abstracto que viene siendo la esperanza.

Stayler se poncha y aparece Samón, con un out, a reclamarle al destino el jonrón que la suerte le arrebató en el turno anterior, cuando una línea por el derecho se descabezó contra la última frontera del terreno, en lo más alto de la cerca, y regresó como quien derrama un chiste de mal gusto. Samón es un guajiro caprichoso vestido de azul en un estadio enorme cerrado por capacidad. Samón la bota por encima del mismo pedazo endemoniado de colchón.

Esto está cinco a cuatro y es una caldera a presión donde se apretujan el vapor, el vértigo y la histeria. El estadio (el monstruo) continúa en pie y se comporta raro. Dayán García se poncha y, con dos outs, quedan para Alomá los últimos celulares prendidos del ining. Tras un rolling por el campo corto todo se apaga.


Los toros no se dejan atrapar


Ayala se cuadra en el cajón y puede verse en sus enormes ojos el deseo de desaparecerla para incrementar ventajas a la altura del séptimo; se limpia la charretera con roletazo al left.

Desde la muerte de los abridores –Lázaro Blanco por Camagüey y Bladimir Baños por Industriales– este es un juego de pelotas rastreras quitando, hay que decir, el estacazo de Samón.

Leslie Anderson responde con doble contra la cerca y Ayala deja su casco regado por tercera antes de doblar la curva definitiva y poner la cosa seis por cuatro. Revienta el pitcher y traen a Misael Villa que abre con bola; “no va a durar”, asegura un camagüeyano desde el banco de atrás.

Con un roletazo de mala muerte, Anderson se lanza hacia tercera… por gusto (¿por miedo?) y perece mientras Segura llega con vida a la inicial. Jorge Luis Peña se enreda con una bola mortal que no encuentra y Hendry Téllez la choca, pica en la luna y, de rebote, se pierde en la oscura inmensidad del guante de Cepeda.

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Industriales vuelve al ruedo


Cuando Aroche (out) llega al plato por Frank Camilo, Industriales ha bateado prácticamente la mitad de lo que Camagüey. Al aparecer Luis Mateo (boleto), apenas doce teléfonos le ofrecen la luz de su intenso led. Alberto Calderón roletea y el short la atrapa luego de un esfuerzo enorme que, sin tiempo para nada, por lo menos evita que “la cuestión” se salga de primera y segunda.

La pizarra electrónica anuncia que Cepeda espera turno y Peñalver (machucón fatigoso entre el cátcher y el pitcher) satura el cuadro, mientras miles de linternas regresan a la carga. La Habana ansiosa. En estos momentos, Yariel Rodríguez encarna, por mucho, al tipo más desgraciado de la fiesta. Un rolling de foul da un palo por la cabeza al monstruo que grita “se va” y el elevado inofensivo de Cepeda al leftacaba por transformar los gritos en murmullos.

La línea de Stayler por la raya izquierda (bases llenas perdiendo por dos) pasa a los apuntes como extrabase y a la historia como la segunda vez que Industriales empata en el primer dolor de pecho de los play off que corren. El juego seis a seis y reaparece el león de felpa, luego de varios inings de cobarde silencio. Hombres en tercera y segunda. El monstruo continúa de pie. Llega a la lomita Frank Madam que, en par de lances, lleva a la bestia a su bancada y la deja muda.


Después del error…


El octavo empieza nuevo de paquete, con el matador, Andy Rodríguez, regalando la primera (y quizás el juego) al agramontino Loidel Chapellí. Santiago Torres, después de dos strikes, tiene que abandonar sus pretensiones de toque pero, a fin de cuentas, con un roletazo que le cuesta la propia existencia logra adelantar a su hombre hasta segunda. Yorbis Borroto consigue algo parecido y paga idénticas consecuencias. La amenaza de un puntillazo mortal palpita en la tercera y el monstruo respira calmo en aparente ignorancia del peligro.

Yolkis Gilbert responde con un roletazo “inofensivo” con cara de cierre salvador entre primera y segunda y las piernas de Alomá fallan y cae al suelo y ve cómo la pelota mansa le saca la lengua sucia de tierra antes de adormilarse en los jardines. Y uno piensa que sería impreciso decir que Camagüey se fue arriba cuando la más pura verdad resulta que Industriales se vino abajo.

En menos de lo previsto, Ayala la mete contra los colchones del center, llega a segunda y Gilbert corretea como un chiquillo de barrio hasta el Jon. Ayala se abalanza con una línea de Anderson que, con el juego nueve a seis, conforme, dice “calma´o” y se deja tocar antes de llegar a segunda o regresar a Primera. El monstruo limpia sus legañas.


Por poco pero no


Alomá corre con la vida y se embasa, Oscar Valdés le da limpio y bajito para recalentar el ambiente justo antes de que Luis Mateo se convierta en el primer out de la entrada. Traen a pichear a Yadián Martínez y por atrás de mí lo anuncian como “un chiquitico guapo que va a comer candela”.

La línea de Calderón al right llena las bases, Peñalver se da croqueta y aparece, otra vez, el viejo Cepeda con la mesa servida y la casa llena. El proyectil fugaz roza la mano enguantada del segunda base y se pierde en el jardín mientras Alomá, aún apenado y pesaroso, zapatea el plato seguido por Calderón.

El árbitro parece indescifrable y con un boleto las bases vuelven a llenarse. El “chiquitico guapo” se seca la frente con el antebrazo. Su próximo lanzamiento basta para que Lazo salga corriendo del banco y, mientras aparece el próximo lanzador, el monstruo insiste en que el pinareño retirado lance. Lazo espera a Isbel García que, tras mil reparos para tirar la bola, asesina al ining. Esto va nueve por ocho; Camagüey, a menos de una vuelta para el final, lleva una cabeza de ventaja.


El cierre de las serpentinas


Segura, Peña y Téllez perecen en fila ante el mosquete azul de Andy Rodríguez, quien sale a hacer lo que sabe: aliña al noveno como a un pan con lechón y se lo traga.

Cuando llega el turno de los leones, Dayán García falla de short a primera y Alomá da su tercer hit. Oscar Valdés despedaza el bate con una línea directo al pitcher, quien busca la primera para acabar con todo, mientras Alomá frena su impulso inútil a la altura de la segunda almohadilla.

Suspira y –quizás– deja escapar en la mente una palabrota. El monstruo lo mira con desprecio, lo acusa y, frívolo, lo roe desde cada una de sus millares de fauces al tiempo que se deshace, enorme, por la ciudad derrotada.


Publicado en Somos Jóvenes

Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate

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