Ir al contenido principal

Dos melancolías de Fayad Jamís

Imagen tomada dé Granma


Contémplala: es muy bella


Contémplala: es muy bella, su risa golpea
la costa,
toda de iras y espumas. Pero no intentes
decirle lo que piensas. Ella está en otro mundo
(tú no eres más que un extranjero de sus ojos,
de su edad)
Dile, en todo caso, que te gustan sardinas fritas,
sobre todo una tarde en que llueve un inolvidable
vino blanco. Háblale del hermoso fuego 
de tu patria.

Ella es clara y oscura como la lluvia 
en que reina
su ciudad. Sus ojos se detienen en un punto
movedizo
entre la estación del amor y un tiempo
imprevisible.
Claro que a veces olvidas (por un instante, 
es cierto)
tu oficio de notario, y, como ser humano al fin,
te pones a hablar líricamente de política.

Lo mejor
que puedes hacer es convencerte de que la poesía
te completa,
comprobar que has cruzado el lindero del horror
y la angustia,
escribir que una tarde recorriste 
la bella ciudad empedrada
para encontrar lo que no podía ser el amor
sino el poco de sueño
que recuerda un gran sueño.

/Tomado de Poemas del alma/




Con tantos palos que te dio la vida

Con tantos palos que te dio la vida
y aún sigues dándole a la vida sueños.
Eres un loco que jamás se cansa
de abrir ventanas y sembrar luceros.

Con tantos palos que te dio la noche
tanta crueldad y frío y tanto miedo
eres un loco de mirada triste
que sólo sabe amar con todo el pecho.

Construir papalotes y poemas
y otras patrañas que se lleva el viento.

Eres un loco de mirada triste
que siente cómo nace un mundo nuevo.

Con tantos palos que te dio la vida
y aún no te cansas de decir: te quiero. 

/ Tomado de El ciervo herido/



(Suscríbase a nuestro canal de Telegram)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mejilla seca

Tomo asiento en la calle Que antes de ayer no existía Y veo pasar rostros Que no son mis rostros Y miradas Que no son mis miradas. Quiero preguntar Si acaso eres tú, ¿Me reconoces? Mientras una desconocida Guiña un ojo, Sonríe, dice adiós Y se pierde entre el resto. Pongo ceño arrogante, Bebo un sorbo, Prendo el siguiente cigarro, Alguien me ve, Se asombra, da la mano un beso... Hace años que un hombre No me besa el rostro. La última vez, Miami tenía menos gente, España, Uruguay, México, Chile... Los hombres que besaban mi rostro Se marcharon un día Y al siguiente Prometieron no volverme a besar. Creo entenderlos Y hasta los perdono. Quizás, yo mismo no les volvería a dar   el cuero de mi mejilla, Mas sería mentir Gruñir que no los quiero. Regresé... y no me encuentro. Ni los... Y hasta los gatos de mi vieja casa Parecen tener Más casa Cuando en un tiempo Inmóviles quedan Y al segundo Corren, Como gritando: Tú quién e...

Alberto Yarini, el "santo" chulo

Cuando las últimas luces del día se extinguieron tras las corroídas y apretadas fachadas del barrio de San Isidro y los relojes marcaron las siete y cincuenta y cinco de la tarde, Alberto Yarini llegó al domicilio número 60 de la calle Compostela para encontrarse con Berta La Fontaine. Pues horas antes había recibido una nota de su propio puño y letra invitándole a verla.  Al llegar, se topó con Elena Morales, una de sus 11 señoras, quien le contó que la joven muchacha de 21 años sin dar muchas explicaciones le solicitó el favor de atender sola la clientela de esa noche. Desconcertado ante la noticia, Yarini y Pepe Besterrechea, su acompañante por pura casualidad, apenas alargaron su estancia para discutir con la concubina algún tema de menor interés y, quizás, tomar un poco de agua o una buena taza de café. Antes de salir a la calle, Elena atinó a adelantarse a los señores para otear el panorama. Sin embargo, no alcanzó a avisar la presencia de varios hombres armados en la acera d...

Miserable oferta

Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao  ___________ Aunque me adviertas débil y supongas que el vencerme sea sencillo, aunque mis dientes amenacen con desaparecer antes de tiempo y mis manos, huesudas, anuncien con temblor el ansia, te prometo no caer. Por mi sangre corren los ya no muertos, dispuestos todos, y todas, claro está, a tomar por suyas mis manos y por suyos mis dientes y por suyos mis ojos. Sin alardes de macho proveedor, saldré a la caza y la pesca, sembraré un árbol o cuatro o dieciséis y regresaré a la cueva con algo entre las manos, manos apenas mías que ya ni débiles serán, como yo, que tampoco seré débil para entonces. Calculando tiempos agrios, miserablemente eso te ofrezco: la supervivencia. De los pasajes de avión, la carne de unicornio y el clima nevado para noches de lava... tendrás que ocuparte tú, aunque a mi abuelo, el viejo cromañón, la honra le duela. Tuyo nunca, camarada.           ...