Jorge Johnson con el home run de su vida, la vuelta al cuadro más rápida, los saltos más despampanantes, luego Cruz agonizando con cada strike que no le caía, Alarcón nervioso detrás del home, de la mascota, con las uñas pintadas y ademanes rudos, Ayala con una mirada perdida, desordenada, la cara de diablo viejo de Civil, como quien se prepara para algo grande.
Dos outs, bases llenas, los bateadores más poderosos de Cuba por vencer, el banco tunero a punto de ebullición, el último roletazo, las gorras verdes colocadas de revés, la sidra o la champaña –qué sé yo– empapando la hierba, las palabrotas, los abrazos, los besos, las banderas, el saberse afortunados, mucho más que cualquier otro tunero al que alguna vez en la historia patria le haya dado por jugar pelota.
Benítez sin tiempo ya para esperar rompimientos, Yeniet de regreso, perdonado, con salvoconducto, La Rosa eternamente escondido, invisible, Saavedra derrochando el mejor fildeo de su carrera y perdiéndolo todo en un cajón de bateo, Paret con rostro de «no estuvo mal» y recibiendo la palmadilla en el hombro que dan los altos dirigentes a quienes quedan en segundo puesto.
Los reporteros, inoportunos como siempre, persiguiendo entrevistas, las incongruencias gramaticales y semánticas que el pueblo le perdona a los campeones por el solo hecho de serlo, las gradas que se desangran, los planos de las cámaras de televisión cada vez más cerrados para no dar sensación de vacío.
El terreno colmado de uniformes y carente de fanáticos. Las Tunas ha triunfado en la casa de otro. Aquí sus parciales no son tantos como para violar la línea legal y saltar al ruedo, para poder brindarle calor de pueblo a quienes ahora, apacibles, llaman por el celular a las familias y les dicen: «¿viste?».
Este año no hay periodistas molestos e impotentes ante la reacción popular. Este año el terreno solo pertenece a quienes vienen con solapín o el carnet de algo. Este año la pista parece un reservado, un VIP.
Dicen que allá en el Balcón del Oriente la gente está en la calle, que todo es bullicio y algarabía. Aquí en Santa Clara el terreno casi tiembla de la frialdad. El Sandino parece el hogar de un muerto.
«Ay… si esto fuese mi Tunas»
¿Qué se le va a hacer? Ganar en casa ajena resulta heroico, enorme, homérico… pero termina, en algún punto, rozando la tristeza.
Publicado en Radio 26
Para recibir más historias como estas suscríbete a nuestro canal de Telegram.
Lea también:
Comentarios
Publicar un comentario