Bajo relieve
(A Vivino Govantes y Govantes)
El joven gladiador yace en la arena
manchada por la sangre purpurina
que arroja sin cesar la rota vena
de su robusto brazo. Entre neblina
azafranada luce su armadura
como si el Sol, dejando sus regiones,
bajado hubiera al redondel. Oscura
la fosa está en que rugen los leones
olfateando la carne. Aglomerada
bulle en torno impaciente muchedumbre
que tiende hacia el mancebo la mirada,
y, de las gradas en la erguida cumbre,
abierto el abanico entre las manos,
ostentan su hermosura las patricias
a los ojos de amantes cortesanos
ávidos de gozar de sus caricias.
Sacudiendo el cansancio del vencido
—“¡Arriba, gladiador!, –una voz grita–,
que para ornar tus sienes han crecido
los laureles del Arno!”. —“Necesita
el pueblo, –otra voz clama–, que al combate
tornes de nuevo y venzas al contrario!”.
—“¡Lidia y triunfa que, a más de tu rescate,
–dice el edil–, cual don extraordinario,
pondremos en tus manos un tesoro
de sextercios!”. —“Si vences todavía,
en mi litera azul, bordada de oro,
juntos iremos por la Sacra Vía”,
–murmura una hetaíra. —“Y en mi lecho
perfumado de mirra, –al punto exclama
otra más bella–, encima de tu pecho
extinguiré de mi pasión la llama
que en lo interior del alma siento ahora,
y, aprisionado por ardientes lazos,
cuando aparezca la rosada aurora,
ebrio de amor te encontrará en mis brazos”.
Al escuchar las voces agitadas,
levanta el gladiador la mustia frente,
fija en la muchedumbre sus miradas,
muéstrale una sonrisa indiferente
y, desdeñando los placeres vanos
que ofrecen a su alma entristecida,
sepulta la cabeza entre las manos
viendo correr la sangre de su herida.
(Suscríbete a nuestro canal de Telegram)
Nihilismo
Voz inefable que a mi estancia llega
en medio de las sombras de la noche,
por arrastrarme hacia la vida brega
con las dulces cadencias del reproche.
Yo la escucho vibrar en mis oídos,
como al pie de olorosa enredadera
los gorjeos que salen de los nidos
indiferente escucha herida fiera.
¿A qué llamarme al campo del combate
con la promesa de terrenos bienes,
si ya mi corazón por nada late
ni oigo la idea martillar mis sienes?
Reservad los laureles de la fama
para aquellos que fueron mis hermanos;
yo, cual fruto caído de la rama,
aguardo los famélicos gusanos.
Nadie extrañe mis ásperas querellas:
mi vida, atormentada de rigores,
es un cielo que nunca tuvo estrellas,
es un árbol que nunca tuvo flores.
De todo lo que he amado en este mundo
guardo, como perenne recompensa,
dentro del corazón, tedio profundo,
dentro del pensamiento, sombra densa.
Amor, patria, familia, gloria, rango,
sueño de calurosa fantasía,
cual nelumbios abiertos entre el fango
solo vivisteis en mi alma un día.
Hacia país desconocido abordo
por el embozo del desdén cubierto:
para todo gemido estoy ya sordo,
para toda sonrisa estoy ya muerto.
Siempre el destino mi labor humilla
o en males deja mi ambición trocada:
donde arroja mi mano una semilla
brota luego una flor emponzoñada.
Ni en retornar la vista hacia el pasado
goce encuentra mi espíritu abatido:
yo no quiero gozar como he gozado,
yo no quiero sufrir como he sufrido.
Nada del porvenir a mi alma asombra
y nada del presente juzgo bueno;
si miro al horizonte todo es sombra,
si me inclino a la tierra, todo es cieno.
Y nunca alcanzaré en mi desventura
lo que un día mi alma ansiosa quiso:
después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso.
Ansias de aniquilarme solo siento
o de vivir en mi eternal pobreza
con mi fiel compañero, el descontento,
y mi pálida novia, la tristeza.
Hojas al viento
(A Julián del Casal, por José Manuel Lapeira)
Los delirios de la brisa tropical,
Soplan desde las latitudes lejanas del Oriente,
Congeladas por los designios de la escarcha,
Para pavimentar las calles y veredas,
Que pisotean los carruajes presurosos,
E infunde miedo,
¡El poder!
Ese ciego instrumento,
Que a los corales desgarrados favorece,
¿Cuánto cuesta la traición sin huéspedes?
Acumulada como las gotas de lluvias plomizas,
Sobre las cerámicas y las alfombras persas,
Y los flecos atiborrados de fragmentos,
De cristales rotos.
Los dedos rosáceos del alba,
Sacuden las gárgolas vigilantes del campanario,
Los poetas malditos se impacientan, el infierno,
No debemos hacer esperar,
A los genios habitantes de los discos lunares,
Y ese dejo oscuro que emana del vaho de una liturgia plateada,
Igual de sombría,
Más que sombría, abigarrada,
A la capucha de los fantasmas bohemios,
Rebajados al paladar aterciopelado,
De la mano que sacuden los dados del azar,
A punto de ser lanzados hacia la nada.
Nada alimenta ya, nada reposa ya,
En los afanes luctuosos de nuestro poeta,
Una ofrenda marchita y descompuesta,
Sobre la losa de nácar y marfil,
Ornamentos del féretro,
Que contiene los huesos encerados,
De un renacimiento suceso,
De aniquilamientos hóstiles,
En un ciclo inconcluso de los descontentos,
Allí donde agoniza el ideal de los profetas,
Prematuramente amordazados,
Como las voces que tanto han pedido,
El eclipse de los difuntos polvorientos,
Retozan fuera de los nichos,
Pastos verdes de autocensura
No me llames depravado,
Si admiras en privado la libertad que he elegido,
Para mi credo de enigmas,
Contempla y sufre,
Cuando vibre tu corazón con el clamor de los banderines neuróticos,
Yacerán en la arena los espectros dorados,
Recubiertos del frío de los espejos,
La suite es testigo del exceso de los déspotas,
¿Pero qué sabrás tú?
Sí solo acusas relatos sin firmezas indiferentes,
Cuando no has masturbado a la belleza entristecida,
Ni has montado una orgía con los versos castrados.
Prepara en silencio la estocada mortal,
A la moral convenientemente rescatada,
La luz de una vela difumina,
Los maniquíes de cera,
Ajenos a los finales felices,
Pero de tanto en tanto,
Paseas por la Alameda,
Con tu kimono de seda,
Y los recuerdos del soplo parisino,
Serás ruina o fascinación,
Pero las hojas que liberaste al viento ayer,
Son las mismas que se cuelan por mi ventana,
Deseosas de entender la ventura,
De una criatura entregada a la tristeza,
Apagada en un ataque de risas,
Porque las hojas al viento se asientan, entre el mugre y la deshonras,
Y mantienen despierta el hambre de tu cabeza renombrada,
Al enfrentar un destino peor que la muerte.
Gracias a José Manuel Lapeira por la selección de estos dos sentidos poemas de Juián de Casal y por regalarnos también el suyo.
Imagen tomada de Encaribe |
Comentarios
Publicar un comentario