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Zona roja. Diario de un médico cubano en Perú V

Ayer fue un día largo: mis primeras doce horas en la zona roja. Después de más de 20 años trabajando en las terapias intensivas, viendo fallecer personas… y esto me resulta diferente.

El mundo recuerda con espanto la pandemia de la gripe españolacomo la más devastadora. Olvida la poliomielitis en Copenhague, cuando con la invención de los primeros ventiladores pulmonares se lograron salvar cuantiosas vidas, a pesar de que eran manuales y rudimentarios. ¿Acaso pasan por alto la viruela que, traída del “viejo” continente al “nuevo” por aquellos marinos conquistadores, diezmó poblaciones indígenas completas? También están el Mers y el Sars, familiares cercanos del nuevo coronavirus y que, sin embargo, no tenían la mortalidad ni la letalidad de este.

***

Las personas tosen de manera particular y las dificultades para respirar sobrevienen de forma rápida. Las personas mueren. Con solo unas palabras se puede describir el drama que hoy sufre la humanidad.

Llegué a la sala con mis ojos grandes, más grandes de lo habitual, me puse el traje que me entregaran minutos antes en la farmacia, así como la mascarilla, mis espejuelos de presbicia –ultra necesarios– y la careta protectora que, tan gentilmente, el grupo de profesionales peruanos graduados en Cuba nos donasen días atrás en Lima.

Andaba con temor porque no soy de piedra y porque tengo 50 años. Como dice mi hija, un hipertenso raro. Confío en mis compañeros, pero estoy lejos de casa.

Caminé por el corredor que conduce a la sala donde trabajaría. Allí varios médicos, cuyos rostros nunca vi, me recibieron y en pocos minutos estaba, al igual que ellos, trabajando.

Éramos cuatro hasta que, después del medio día, una doctora del grupo se retiró. Ya habíamos terminado de valorar a los pacientes, de escribir en las historias clínicas, de pasar tratamientos y de llenar un sin número de recetas.

Apareció una calma hasta cierto punto extraña y pudimos intercambiar palabras. Los predecibles temas médicos: el interés por cómo se ha manejado y maneja la epidemia en nuestro país, los resultados, los protocolos, los medicamentos de factura cubana con impacto mundial, el porqué estábamos aquí… son jóvenes.

Una a una contesté sus preguntas y les sucedieron otras: cómo hacer una especialidad en Cuba, dónde sería mejor estudiar según sus necesidades, qué patologías clínicas me gustaba tratar más, vías y lugares para vacacionar en el archipiélago cuando acabe la pandemia, de qué provincia soy, la familia, etcétera.

Me contaron de sus padres, de cómo se esforzaron para costearles los estudios, del agradecimiento con ellos y sus preocupaciones por no contaminarlos en caso de que lo peor sucediera.


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Les hablé de mis hijos, ambos en la universidad, a la cual en mi tierra todos tienen derecho y que además es gratuita.

¿Doctor, todos los médicos en Cuba tienen trabajo?, preguntó uno de ellos. ¿Y todos los universitarios?, inquirió el otro. El desconocimiento sobre la Mayor de las Antillas resulta tanto, que exclamaron: “¡Nos han metido!” Sonrieron. Quieren ya visitarnos

Avanzó la tarde. Dos defunciones. No hay suficientes ventiladores mecánicos y, aunque se interconsultaron los casos con la Unidad de Cuidados Intensivos, fue imposible trasladarlos. La  oferta supera la demanda. Llegaron las siete de la noche; tiempo de concluir jornada.

Hoy estos jóvenes galenos estarán en el triage. A mí me corresponde descanso. Bravo, aplausos y suerte para ellos.


Publicado en Cubahora


Imagen tomada de Cubadebate


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