Por: Mario Héctor Almeida Alfonso
La Habana, Cuba…
La partida hacia Perú estaba prevista para las cuatro de la tarde. La mañana agitante. Apenas pudimos dormir la noche anterior por los preparativos. Todos ansiosos… Llevábamos muchos días esperando la salida que al fin se concretaba.
Amaneció y nos vestimos con las mejores galas que teníamos, incluyendo la sobria corbata, a la cual no estamos acostumbrados pero que, sin dudas, resulta elegante. Llegaron las guaguas y partimos hacia la Unidad Central de Colaboración Médica, más conocida por nosotros como UCCM.
Al llegar, el encuentro con algunos compañeros y luego el acto de abanderamiento donde siempre se nos tiene que erizar la piel, sentir que el aire no cabe en el pecho y hacer –por qué no – algún puchero: por los recuerdos, por la familia, por la historia de nuestra Patria y por esos valores que, aunque unos tengan y otros no, a los cubanos realmente nos sobran.
Almorzamos sin muchos deseos y partimos hacia el aeropuerto. Allí, desde la ventanilla del ómnibus, observamos un avión que se acercaba a la terminal. Era un Boeing grisáceo en cuya parte superior podía leerse: Fuerzas Aéreas del Perú; sorpresa saber que seríamos transportados por aquella institución del hermano pueblo.
Antes de abordar el avión, el capitán de la nave quiso tirarnos una foto. Gesto hermoso, a todos agradecimos.
Cercanos a las seis de la tarde despegábamos del José Martí y dos horas después aterrizábamos para recargar combustible en Barranquilla.
Desde la ventanilla se dejaba ver una ciudad hermosa, que me recordó a Polo Montañez y su canción, en la que alude a las ciudades colombianas y dice que una de ellas “es igualita a La Habana”.
Otro despegar exitoso y sobre las 12 arribábamos a tierras peruanas: montañas con cimas blancas primero, luego, luces en perfecto alineado que mostraban una ciudad impresionante desde el aire.
Nos recibieron con aplausos. A pesar de la fría madrugada limeña, había calor humano. Siempre educados, corteses, nos transportaron por una ciudad, aunque dormida, hermosa y sobre todo limpia. Llegamos al hotel sobre las dos de la madrugada y a la habitación un rato más tarde.
Fue grato cuando alrededor de las tres y media una persona amable, y cumpliendo todas las medidas de seguridad, tocó nuestra puerta para brindar alimentos.
Un buen baño, una cena tardía y un buen sueño fueron suficientes para amanecer con las energías renovadas.
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